Oh bienaventurada y dulcísima Virgen María, Madre de Dios, toda
llena de misericordia, hija del Rey supremo, Señora de los Ángeles, Madre de
todos los creyentes:
Hoy y todos los días de mi vida, deposito en el seno de tu
misericordia mi cuerpo y mi alma, todas mis acciones, pensamientos,
intenciones, deseos, palabras, obras; en una palabra, mi vida entera y el fin
de mi vida; para que por tu intercesión todo vaya enderezado a mi bien, según
la voluntad de tu amado Hijo y Señor nuestro Jesucristo, y tú seas para mí, oh
Santísima Señora mía, consuelo y ayuda contra las asechanzas y lazos del dragón
y de todos mis enemigos.
Dígnate alcanzarme de tu amable Hijo y Señor nuestro Jesucristo,
gracias para resistir con vigor a las tentaciones del mundo, demonio y carne, y
mantener el firme propósito de nunca más pecar, y de perseverar constante en tu
servicio y en el de tu Hijo. Amén
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