(Jn 20,13)
Lloran aquellos que no pueden tener la esperanza de la resurrección, no por que Dios lo quiera, sino que lloran a causa de la dureza de su corazón que no les permite creer. Hay una diferencia entre los servidores de Cristo y los paganos. Es ésta: éstos lloran porque piensan que los suyos están muertos para siempre, no tienen consuelo en sus lágrimas, no tienen descanso en su tristeza... Mientras que para nosotros la muerte no es el final de nuestro ser, sino el final de nuestra vida. Ya que nuestro ser se transforma a una condición mejor, entonces, la llegada de la muerte elimina todos nuestros llantos...
Tanto mayor será nuestro consuelo, cuanto la conciencia de nuestras buenas obras nos promete, después de la muerte, una recompensa mayor. Los paganos ya tienen su consuelo, pensando que la muerte será un descanso para todos nuestros males. Y como se ven privados de gozar de la vida, piensan que quedarán liberados de toda posibilidad de sentir el dolor de las interminables y duras penas de esta vida. Pero nosotros, que tenemos que tener el espíritu más elevado, a causa de la esperanza de una recompensa, debemos soportar mejor nuestro dolor, gracias al consuelo que nos espera. Parece que los que han muerto no están lejos de nosotros sino que nos preceden, la muerte no nos los quita, sino que los recibe la eternidad.
San Ambrosio (c. 340-397)
obispo de Milán y doctor de la Iglesia
Sobre la muerte de su hermano.evangelizo.org
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