El principal (y gran) mérito de san José fue el ser capaz de interpretar fielmente la partitura divina, siendo instrumento del compositor, siguiendo las indicaciones de la extraordinaria mujer a quien Dios le encomendó: nuestra Madre y Señora, la Santísima Virgen María.
San José no era un hombre rudo, ni tosco. Utilizó su sensibilidad artística y su imaginación creativa para sortear las pruebas y vicisitudes que le tocó afrontar, armonizando su voluntad con la de Dios.
Seamos dóciles y dejémonos guiar por quien nos quiere bien.
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