Tengo en el patio de mi casa una planta de rosa china y a las palomas les encanta hacer sus nidos en ella. Pero la última vez sucedió que un gato se percató del asunto y, descendiendo por la planta, se devoró los pichoncitos. Desde entonces trato de que las palomas ya no hagan nidos allí. Ellas se empecinan en querer hacer sus nidos, y yo porfío a espantarlas para que no los hagan. Es por su bien, porque yo sé que el gato anda merodeando por ahí. Pero seguramente las palomas se sentirán molestas que las espanto.
Y yo pensaba que algo similar nos suele ocurrir a veces a nosotros, cuando le pedimos a Dios alguna cosa, o queremos emprender un camino y no se nos da, Dios no nos lo concede. Y nosotros insistimos, pensando que eso es lo mejor. Pero Dios insiste en negárnoslo. Y pensamos que Dios es cruel, o el destino no nos ayuda. Pero en realidad es un bien, porque el Señor ve también el futuro, y sabe que concediéndonos aquello que le pedimos, o dejándonos hacer aquello que deseamos, nos traería consecuencias funestas en el futuro, a nosotros o a otros.
Demos gracias a Dios que no nos deja librados a nuestro capricho, porque es señal de que nos ama. Si a Él no les importáramos, nos dejaría que salgamos con la nuestra y después andaríamos llorando y lamentándonos por nuestras desgracias.
Dios nos ama y por eso a veces no nos concede lo que le pedimos.
Demos gracias a Dios que sabe, y nos protege de males tremendos que nos podrían sobrevenir si hiciéramos nuestra voluntad.
Ya llegará el tiempo en que reconoceremos cuánto nos cuidó Dios. Tiempo que, si no es en la tierra, será en el más allá, donde veremos con admiración y gratitud los cuidados y providencia con que el Señor nos condujo por la vida.
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