28 de Abril: Fiesta
de la Beata María Felicia de Jesús Sacramentado, OCD. Virgen. 60° Aniversario
de su Dulce encuentro con Jesús..
La Víspera de su
muerte, 27 de abril, como a su sufrimiento trasladé al Sanatorio (La Madre
Superiora), pues la querida enferma solicitaba nuestra presencia. Al poco
tiempo de estar con la Hermana, esta sufrió un espasmo al cerebro, perdiendo
momentáneamente la vista y luego el conocimiento. Se llamó apresuradamente a su
hermano médico y a los otros facultativos que la atendían, acudiendo al mismo
tiempo el capellán Mons. Moleón y la comunidad de Hermanas Franciscanas que
atienden el Sanatorio haciéndosele de inmediato la recomendación del alma
y la absolución.
Instantes después
reaccionó la Hna. María Felicia y se creyó que pasaría bien la noche. No
obstante, una hora más tarde, se repitió aunque no tan intenso, pero hacia a
las diez de la noche, se produjo la temible hemorragia, en los pulmones y la
enferma comenzó a arrojar sangre por la boca. Su respiración se hizo penosa por
lo que fue necesario aplicarle oxígeno y ya tuvimos la triste convicción que su
fin ya estaba muy próximo.
Leves espasmos
volvieron a repetirse y al reaccionar de ellos, la Hna. sonreía diciendo:
"Otra vez me quedé, Jesús está jugando conmigo".
Intentó entonces
recitar los versos de Nuestra Santa Madre (Aspiraciones de Vida Eterna)
señalándonos el libro que tenía a mano. Comenzamos a leer la poesía y con el
rostro muy alegre escuchaba, repitiendo el estribillo "Muero porque no
muero".
Por momentos se
acentuaba la gravedad de la enferma, y en las primeras horas del día 28,
comprendimos se aceleraba el doloroso desenlace. Aproximadamente a las cuatro
de la mañana, y con todos los familiares presentes, entra en agonía.
Le rodeábamos con
sus padres y hermanas que lloraban inconsolables ante este nuevo sufrimiento
que Jesús les presentaba. Recostada en los almohadones parecía dormir. De
pronto se yergue y con una energía no común. De pronto a la enferma se le
iluminó el rostro con una inefable sonrisa; levantó las manos que tenía unidas
apretando el crucifijo de la profesión hasta la altura de la frente y con voz
fuerte y clara dijo:
"Papito
querido, ¡soy la persona más feliz del mundo!; ¡Si supieras lo grande es la
Religión Católica!; ¡Que dicha el encuentro con mi Jesús!; ¡Soy muy
feliz!"
Y agrega, sin
borrarse la sonrisa de sus labios:
"Jesús te amo.
¡Que dulce encuentro! ¡Virgen María!"
Y plácidamente su
alma voló al cielo. En su rostro quedó estampada la dulce y característica
sonrisa que le había animado en vida. Chiquitunga tenía 34 años de edad.
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