«Estate, Señor, conmigo, siempre, sin jamás partirte,
y cuando decidas irte,
llévame Señor contigo.
Porque el pensar que te irás
me causa un terrible miedo
de si yo sin ti me quedo,
de si Tú sin mí te vas.
Llévame en tu compañía, donde Tú vayas, Jesús,
porque bien sé que eres Tú la vida del alma mía;
si Tú vida no me das,
yo sé que vivir no puedo,
ni si yo sin ti me quedo,
ni si Tú sin mí te vas.
si Tú vida no me das,
yo sé que vivir no puedo,
ni si yo sin ti me quedo,
ni si Tú sin mí te vas.
Por eso, más que a la muerte,
temo, Señor, tu partida
y quiero perder la vida
mil veces más que perderte;
pues la inmortal que tú das sé que alcanzarla no puedo,
temo, Señor, tu partida
y quiero perder la vida
mil veces más que perderte;
pues la inmortal que tú das sé que alcanzarla no puedo,
cuando yo sin ti me quedo, cuando Tú sin mí te vas»
Fr. Damián de Vegas
(S. XVI-XVII)
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