Virgen del Pilar, viste a Santiago sufrir, escuchaste sus lamentos e, impulsada por tu corazón materno, fuiste en auxilio del primer apóstol que dio la vida por tu Hijo.
Vencen las emociones al revivir esa escena en la que tus pies besaron el Ebro, calmaron sus aguas, llenaste de paz el corazón de Santiago, dibujaste una sonrisa en su fe, secaste sus lágrimas y, a punto de rendirse, elevaste a las más altas cumbres su alma.
Virgen del Pilar, esa esperanza que le infundiste fue la raíz de que hoy te veneren en España, en la Hispanidad.
Déjame ser una de esas lágrimas que Santiago dejó en el río; mejor aún, ser el mismo río que contempló tu rostro o ser una de las rosas que cubren ese pilar para besarte cada día.
María, quiero recibirte para que me encienda de amor al oír tu nombre: ¡VIRGEN DEL PILAR!
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