Yo, Señor, sé con certeza que te amo, no tengo dudas de ello.
Heriste mi corazón con tu verbo y te amé…
Pero ¿qué es lo que amo cuando te amo?
No es la hermosura corpórea, ni el encanto transitorio,
ni el resplandor de luz agradable a mis ojos de acá abajo,
no las suaves melodías de cantos de variados modos,
no la delicada fragancia de las flores, perfumes o aromas,
no la dulzura del maná o de la miel,
ni el deleite del cuerpo con abrazos de la carne.
Nada de eso es lo que amo, cuando amo a mi Dios.
Sin embargo, amo cierta luz, cierta armonía,
cierta fragancia, cierto manjar y cierto deleite,
cuando amo a mi Dios.
Él es luz, melodía, fragancia, alimento y deleite
del hombre interior en mi.
En él resplandece como una luz que el espacio no atrapa,
y percibe un sonido que el tiempo no arrebata,
siente una fragancia que el viento no dispersa,
y saborea un manjar que al comer no se consume,
En él se cierra un abrazo que la plenitud no abre.
Esto es lo que amo, cuando amo a mi Dios.
San Agustín (354-430)
obispo de Hipona (África del Norte), doctor de la Iglesia
Las Confesiones, X,6 (Lectures chrétiennes pour notre temps, Abbaye d'Orval, 1973), trad. sc©evangelizo.org
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