El cristiano ha de
tener hambre de saber. Desde el cultivo de los saberes más abstractos hasta las
habilidades artesanas, todo puede y debe conducir a Dios. Porque no hay tarea
humana que no sea santificable, motivo para la propia santificación y ocasión para
colaborar con Dios en la santificación de los que nos rodean. La luz de los
seguidores de Jesucristo no ha de estar en el fondo del valle, sino en la
cumbre de la montaña, para que vean
vuestras buenas obras y glorifiquen a vuestro Padre que está en el cielo.
Trabajar así es
oración. Estudiar así es oración. Investigar así es oración. No salimos nunca
de lo mismo: todo es oración, todo puede y debe llevarnos a Dios, alimentar ese
trato continuo con El, de la mañana a la noche. Todo trabajo honrado puede ser
oración; y todo trabajo, que es oración, es apostolado. De este modo el alma se
enrecia en una unidad de vida sencilla y fuerte.
Hemos visto la
realidad de la vocación cristiana; cómo el Señor ha confiado en nosotros para
llevar almas a la santidad, para acercarlas a El, unirlas a la Iglesia,
extender el reino de Dios en todos los corazones. El Señor nos quiere
entregados, fieles, delicados, amorosos. Nos quiere santos, muy suyos. (Es Cristo que pasa, nn. 10-11)
San Josemaría
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