El Adviento de la Virgen María está marcado por las tres grandes
virtudes teologales: Fe, Esperanza y Caridad.
Fe: La Virgen Santísima tuvo una fe ejemplar. No ha existido
criatura alguna que se pueda comparar a la fe de Nuestra Madre. La santísima Virgen
tuvo más fe que todos los santos y todos los ángeles juntos.
María creyó con prontitud: No dudo ni un instante. “Hágase en mí
según su voluntad”.
San Agustín: “Ella concibió primero en su corazón (por la fe)
y después en su vientre”.
María creyó con constancia: en las tantas pruebas y tribulaciones
de su vida, su fe fue siempre fuerte y generosa. Dice un autor: Su fe estuvo
sometida a una triple prueba: la prueba de lo invisible; la prueba de lo
incomprensible y la prueba de las apariencias contrarias… y esto lo superó de
manera heroica…Vio a su Hijo en la cueva de Belén y lo creyó Creador del
mundo. Lo vio huyendo de Herodes y no dejó de creer que Jesús era el rey de
reyes… Lo vio nacer en el tiempo, y lo creyó eterno… lo vio pequeño y lo creyó
inmenso… Lo vio pobre, necesitado de alimento y de vestido, y lo creyó Señor
del universo… lo vio débil y miserable tendido sobre el heno, y lo creyó
omnipotente…Observó su mudez, y creyó que era el Verbo de Padre… lo sintió
llorar y creyó que era la alegría del cielo…finalmente, lo vio crucificado,
muerto en la cruz y creyó siempre que era Dios… y aunque todos los demás
vacilaban en la fe, ella permaneció siempre firme, sin titubeos…¿Es nuestra fe pronta para obedecer y constante como la María? ¿O
viene la primera necesidad y dejamos de creer que Dios es providente? ¿O viene
la primera caída y nos olvidamos de su misericordia? ¿Cómo esperamos al Señor?
Esperanza: Desde el momento en que María dio su consentimiento al
anuncio del ángel, Ella espera ver con sus propios ojos la plenitud de la
promesa hecha por el ángel. Lleva en su corazón la expectación de tener a Dios
hecho hombre en sus entrañas, su hijo ya presente dentro de ella. Es este
precisamente el misterio del Adviento... esperar con alegría y añoranza la
revelación del hijo de Dios. Es María quien inicia el Adviento, y es de Ella de
quien la Iglesia aprende a esperar, a permanecer en ese estado de expectación.
Caridad: Pero la espera de María no era egoísta, no se basaba
en la expectación simplemente de su hijo, sino del Mesías, el Salvador del
mundo, que viene a salvarnos. Es por esto que, desde el principio hasta el
final, María tendrá siempre una disposición interior de caridad: entregando a
su hijo por nosotros.
Pidamos a nuestra madre Inmaculada, la gracia de vivir el adviento
adecuadamente, como lo hizo ella, llenos de una fe pronta y constante, llenos
de una esperanza inquebrantable y llenos de una caridad ardiente para con Dios
y para con nuestros hermanos, esperando la venida de Cristo
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