Más allá de todo lo que pase, con una sonrisa sencilla, amable, buena, podré ver las cosas y las personas con más ilusión y esperanza.
Asuntos serios han de ser tratados seriamente: con atención hacia los argumentos, con el deseo sincero de encontrar soluciones.
A veces, el argumento presenta escondites complejos. No resulta fácil encontrar salidas. El corazón y la mente se sienten presionados, inquietos. ¿Qué hacer? ¿Cómo salir adelante ante un problema grave, ante un asunto complejo?
De repente, una sonrisa oportuna puede no sólo regalarnos unos instantes de paz, sino devolver energías para ver las cosas de manera diferente. No es una sonrisa irónica que parece más un insulto de desprecio que un gesto de distensión, sino una sonrisa auténtica que descansa y que ayuda a descansar, que nace de la simpatía y genera simpatías.
Demasiada seriedad agota. La sonrisa sana no sólo genera hormonas gratificantes (según dicen algunos especialistas), sino sobre todo un espíritu distendido y una mente más abierta.
El corazón descansa brevemente. Los ojos miran con nuevo fulgor asuntos difíciles. Surgen incluso palabras más amables, que suplantan las que antes dirigíamos con dureza hacia otras personas.
Sigo de camino en este día luminoso u oscuro, que promete lluvia o que inquieta a todos con vientos oscurecidos por el polvo. Pequeñas o grandes situaciones enturbian mi alma: la tensión por no encontrar dónde estacionar el coche, las prisas para llegar a tiempo al trabajo, la inquietud ante los apagones intermitentes de la luz...
Más allá de todo lo que pase, con una sonrisa sencilla, amable, buena, podré ver las cosas y las personas con más ilusión y esperanza; lo cual es especialmente urgente en un mundo como el nuestro, lleno de prisas y de angustias, y hambriento de corazones positivos y de rostros sonrientes, que transmiten esa verdadera alegría que viene de Dios y que nos conduce suavemente hacia Él.
Autor: P. Fernando Pascual LC | Fuente: Catholic.net
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