Jesús, no quiero abandonarte, antes bien, deseo dar testimonio de ti a los hombres. Quiero darte a conocer a quienes no han oído hablar de ti. Sé que no será fácil, porque el mundo odia los que te pertenecemos, pero “Tú has vencido al mundo”, y con esa confianza, quiero aventurarme en el anuncio de tu Persona. Catholic.net
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ACI prensa

La fe es garantía de lo que se espera; la prueba de las realidades que no se ven. http://la-oracion.com

sábado, 30 de junio de 2012

Carta de san Cirilo de Alejandría, defensor de la maternidad divina de la Virgen María.



Me extraña, en gran manera, que haya alguien que tenga duda alguna de si la Santísima Virgen ha de ser llamada Madre de Dios. En efecto, si nuestro Señor Jesucristo es Dios, ¿por qué razón la Santísima Virgen, que lo dio a luz, no ha de ser llamada Madre de Dios? Esta es la fe que nos trasmitieron los discípulos del Señor, aunque no emplearan esta misma expresión. Así nos lo han enseñado también los santos Padres.

Y, así, nuestro padre Atanasio, de ilustre memoria, en el libro que escribió sobre la santa y consubstancial Trinidad, en la disertación tercera, a cada paso da a la Santísima Virgen el título de Madre de Dios.

Siento la necesidad de citar aquí sus mismas palabras, que dicen así: «La finalidad y característica de la sagrada Escritura, como tantas veces hemos advertido, consiste en afirmar de Cristo, nuestro salvador, estas dos cosas: que es Dios y que nunca ha dejado de serlo, él, que es el Verbo del Padre, su resplandor y su sabiduría; como también que él mismo, en estos últimos tiempos, se hizo hombre por nosotros, tomando un cuerpo de la Virgen María, Madre de Dios».

Y, un poco más adelante, dice también: «Han existido muchas personas santas e inmunes de todo pecado: Jeremías fue santificado en el vientre materno; y Juan Bautista, antes de nacer, al oír la voz de María, Madre de Dios, saltó lleno de gozo». Y estas palabras provienen de un hombre absolutamente digno de fe, del que podemos fiarnos con toda seguridad, ya que nunca dijo nada que no estuviera en consonancia con la sagrada Escritura.

Además, la Escritura inspirada por Dios afirma que el Verbo de Dios se hizo carne, esto es, que se unió a un cuerpo que poseía un alma racional. Por consiguiente, el Verbo de Dios asumió la descendencia de Abrahán y, fabricándose un cuerpo tomado de mujer, se hizo partícipe de la carne y de la sangre, de manera que ya no es Dios, sino que, por su unión con nuestra naturaleza, ha de ser considerado también hombre como nosotros.

Ciertamente el Emmanuel consta de estas dos cosas, la divinidad y la humanidad. Sin embargo, es un solo Señor Jesucristo, un solo verdadero Hijo por naturaleza, aunque es Dios y hombre a la vez; no un hombre divinizado, igual a aquellos que por la gracia se hacen partícipes de la naturaleza divina, sino Dios verdadero, que, por nuestra salvación, se hizo visible en forma humana, como atestigua también Pablo con estas palabras: Cuando se cumplió el tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que estaban bajo la ley, para que recibiéramos el ser hijos por adopción.



viernes, 29 de junio de 2012

El sacerdocio es el amor del Corazón de Cristo



“Por esto te recomiendo que reavives el carisma de Dios que está en ti por la imposición de mis manos” (2 Tim. 1, 6).


“El sacerdocio es el amor del Corazón de Cristo”. Eso dijo el Santo Cura de Ars. El sacerdocio es de "Cristo". Es Él quien llama. La iniciativa no viene de los hombres. Es Dios quien, según las palabras del cura Vianney, “coloca al sacerdote como otro mediador entre el Señor y el pobre pecador”. Dios llama y elige. Así llamó al campesino Vianney, al duque de Gandía (san Francisco de Borja) y al soldado Ignacio de Loyola. 

El sacerdote es un hombre ordinario, tomado entre los hombres, para una misión extraordinaria. Es Dios quien invita. La iniciativa es “de Cristo”. Los llamados, pobres o nobles, fuertes o débiles deben libremente responder a la voz amorosa de Dios. 

Todas las frases del Santo Cura de Ars sobre el sacerdocio,
mantienen una unanimidad profunda y espiritual:

“Cuando veáis al sacerdote, pensad en Nuestro Señor Jesucristo”.
“Este sacramento eleva al hombre hasta Dios”.
“El sacerdocio es el amor del Corazón de Cristo”. 
“El sacerdote sólo se comprenderá en el cielo”.

Hay muchas más frases, pero estas cuatro son fuertes y potentes para saber 'quien es, que es, y que función cumple un sacerdote'.

Llamado por Dios, identificado con Él por medio de la oración y los sacramentos. El sacerdote vive para hacer visible el amor de Cristo a los hombres. 

Con la oración y con los sacramentos, con la Eucaristía y la confesión, el sacerdote mantiene su unión y relación con Cristo. Sin eso no es posible (pues es la tarea principal para la que fue llamado), poder repartir el Cuerpo y la Sangre, La Palabra y el Perdón de Dios a todos los hombres. La santidad del sacerdote está toda contenida aquí: Los Sacramentos, María, y fidelidad al Papa.

Y son ellos los ministros, los pastores que nos conducen hacia el cielo. Quien se suelta de la mano, es por voluntad propia. Quien se coge a sus manos 'santas y consagradas', está aferrado a la mano de Jesucristo.

El sacerdote, gran misterio y un gran don para las personas.
Recemos por todos ellos.

Dios nos siga bendiciendo.



De mi amigo y hermano Alenjandro María

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jueves, 28 de junio de 2012

Olvídalo




Las resacas que dejaron las tormentas
de este año...¡Olvídalas!

Los pasos tambaleantes, los pasos retrasados,
los pasos hacia atrás...¡Olvídalos!

Las veces que pasaste ignorado, inadvertido,
lastimado... ¡Olvídalas!

Los sueños consumidos, las ilusiones
hechas cenizas, los intentos hechos polvo
y el amor hecho recuerdo... ¡Olvídalos!

Las veces que latió tu corazón y nadie se dio
cuenta, que quisiste hacer y no te dejaron,
que abriste los ojos y te cerraron los párpados...
¡Olvídalas!

Las estrelladas apagadas, los días opacos,
el tiempo en blanco, la luna dividida y las horas
de cerrazón... ¡Olvídalas!

El manto de insignificancia, de masa,
de anonimato... de rutina... ¡Olvídalo!

Las espinas largas y hondas, los secretos
angustiosos y tristes, las piedras altas
e insalvables... ¡Olvídalas!

Las semillas que se te quedaron dormidas,
los vuelos que se te quedaron a ras de tierra,
las rosas que se secaron antes de tiempo...
¡Olvídalas!

La cáscara de la semilla, el lucimiento de la
vanidad, la máscara del hombre y el ropaje
de la verdad... ¡Olvídalo!

No vivas hacia atrás.
No comiences recargado de sombras.
No des la espalda a la luz.
No te reflejes en lo que pasaste.
No te aferres al mismo punto de partida.

Párate en la proa de tu barco, levanta de nuevo
las velas, mira hacia lo largo y lo ancho del mar...
cuando te convenzas de su inmensidad
encontrarás otro camino, y cuando mires al cielo
parecerás gaviota que apartándose de todo
encuentra el camino.

Con el pasado aprendes, con el presente
renaces y con el futuro sueñas.

Vivir empezando, es la forma de llegar.
Lo demás... ¡Olvídalo!

celebrandolavida.org

miércoles, 27 de junio de 2012

LAS LLAGAS


"¿Dónde podrá hallar nuestra debilidad un descanso seguro y tranquilo, sino en las llagas del Salvador? En ellas habito con seguridad sabiendo que Él puede salvarme". Esto dijo San Bernardo conmovido por las llagas de nuestro Dios.

¡Qué poco meditamos las llagas, la Pasión de nuestro Redentor! Aquellos clavos taladradores se han convertido para nosotros en una llave que nos han abierto el conocimiento de la voluntad del Señor. ¿Por qué no mirar a través de estas hendiduras? Clavos y llagas, sangre y amor testifican la bondad de Dios por el mundo, y la reconciliación que se llevó a cabo en el monte Calvario. Hoy lo podemos contemplar en cada Misa.

La heridas de su cuerpo nos dejan ver los secretos que guarda Su corazón. Todo se resume en "amor infinito", desmedido, locura de amor por el hombre. Longinos, con aquella lanzada en su costado, abrió la fuente de la que brota la salud para el mundo.

Son llagas que nos confirman en la fe (Jn 20, 27). Son las puertas que abren de par en par la intimidad de Dios. El refugio de las almas, la hoguera ardiente de caridad, el seno que engendra la Iglesia (De la sangre y el agua fue constituida la Iglesia, San Juan Crisóstomo), manantial de todos los tesoros, fuente de la misericordia que nos purifica. Nos da un corazón nuevo, nos infunde el Espíritu Santo, Señor y dador de vida, nos hace hijos de Dios, nos lava, purifica y justifica (Heb 9, 11-28; Rom 5,9).

Con María, quedémonos a los pies de la cruz. Adoremos a Cristo, prisionero de amor en el adorable Sacramento. Dejémonos empapar de la "fuente de donde corre agua viva y de donde llama a todos para que se acerquen a Él (Jn 7,38) que brota de Su corazón traspasado. No se puede estar ante Jesús Eucaristía, el mismo Dios muerto y resucitado que nos comunica su luz, sin empaparnos espiritualmente y crecer en la misma vida y santidad del mismo Señor. Recordemos la Escritura: "Vendrá a nosotros...como la lluvia tardía que riega la tierra" (Os. 6,3).

Jesús es el Dios que sale a nuestro encuentro. Salió al encuentro de sus discípulos, caminando por las aguas en la bruma de la noche (Mt 14,25-26), y salió también al encuentro en el camino de Emaús (Lc 24, 15-16). En ambos casos hizo falta una señal para que le reconocieran. En la primera, el tono de Su voz: "¡Ánimo!, soy Yo; no temáis" (Mt 14, 27). En la segunda, la señal fue la fracción del pan (Lc 24, 30-31). En ambos casos, es la falta de fe de los discípulos la que les impide descubrir a Jesús que sale caminando a nuestro encuentro. Hoy sucede exactamente lo mismo.

Cuando Pedro caminó sobre las aguas, ¿A qué se debió? A que caminaba fiado del poder de Jesús. Era Jesús el que le sostenía, pero Jesús pide su colaboración: la fe. En cuanto su fe flaqueó, comenzó a hundirse. ¿Qué debemos hacer nosotros? Muchos andan preocupados, sin ánimo, sin ganas de vivir, atrapados en una bruma espesa que les impide ver el rostro del resucitado, el rostro del Dios herido que sale a nuestro encuentro.

Debemos caminar a Jesús sobre las aguas turbulentas de nuestras dudas, sufrimientos, miedos. El Señor nos dice a cada uno: "Es hora de que bajes de esa barca de falsas seguridades humanas, y te atrevas a caminar hacía Mí 'sobre las aguas de la fe'. Fíate, y caminarás con paso firme, seguro, sin vacilar".

Si nos acecha la tentación, el miedo, la duda...si parece que nuestros pies se hunden en las aguas, calma. Sin retirar la mirada del Maestro, y movidos por la invitación de María Santísima, "Haced lo que Él os diga" (Jn 2, 1-11), volvamos a repetir: "Jesús, en Ti confío".

Dios nos siga bendiciendo.

De mi amigo y hermano Alejandro María 

martes, 26 de junio de 2012

El 26 de junio de 1975, contado por don Álvaro del Portillo

 El 26 de junio, a las 12 de la mañana  San Josemaría falleció en su lugar de trabajo

El 26 de junio de 1975 falleció Mons. Josemaría Escrivá de Balaguer de forma repentina en Roma. El mes de mayo anterior había hecho su último viaje a España, donde recibió la medalla de oro de su ciudad natal (Barbastro) y visitó el cercano Santuario de Torreciudad, que él había promovido y que estaba a punto de ser inaugurado.

Su fallecimiento supuso el fin de la etapa fundacional del Opus Dei y el inicio, en palabras de su sucesor Monseñor Álvaro del Portillo, de la "etapa de la continuidad y la fidelidad". Mons. del Portillo fue testigo privilegiado de sus últimas horas en la tierra.


"El 26 de junio de 1975, último día de su vida en la tierra, el Padre se levantó a la hora acostumbrada. Celebró, ayudado por don Javier Echevarría, la Misa votiva de la Virgen en el oratorio de la Santísima Trinidad, a las siete y cincuenta y tres minutos. A la misma hora celebraba también yo en la sacristía mayor, porque aquella mañana nuestro Fundador deseaba ir con don Javier y conmigo a Castelgandolfo, para despedirse de sus hijas de Villa delle Rose, ya que estábamos a punto de salir de Roma. Se encontraba físicamente bien, y nada hacía prever lo que sucedería poco después. (...)

El Padre volvía de Villa delle Rose indudablemente cansado, pero sereno y contento. Atribuyó su malestar al calor. A las once y cincuenta y siete entramos en el garaje de Villa Tevere. 

 En la imagen, Don Álvaro reza junto a los restos mortales de San Josemaría, en la iglesia prelaticia de Santa María de la Paz el mismo día en que falleció.

Saludó al Señor en el oratorio de la Santísima Trinidad y, como solía, hizo una genuflexión pausada, devota, acompañada por un acto de amor. A continuación subimos hacia mi despacho, el cuarto donde habitualmente trabajaba y, pocos segundos después de pasar la puerta, llamó: ¡Javi! Don Javier Echevarría se había quedado detrás, para cerrar la puerta del ascensor, y nuestro Fundador repitió con más fuerza: ¡Javi!; y después, en voz más débil: No me encuentro bien. Inmediatamente el Padre se desplomaba en el suelo.

Para nosotros, ciertamente, se trataba de una muerte repentina; para nuestro Fundador, en cambio, fue algo que venía madurándose –me atrevo a decir–, más en su alma que en su cuerpo, porque cada día era mayor la frecuencia del ofrecimiento de su vida por la Iglesia y por el Papa.

Estoy convencido de que el Padre presentía su muerte. En los últimos años repetía frecuentemente que estaba de más en la tierra, y que desde el Cielo podría ayudarnos mucho mejor. Nos llenaba de dolor oírle hablar así –con aquel tono suyo fuerte, sincero, humilde–, porque mientras pensaba que era una carga, para nosotros era un tesoro insustituible. (...)

 
En todos los países, los medios de comunicación social la difundieron con veneración y respeto:  era el reflejo de la impresión que recibieron directamente los periodistas que acudieron a Villa Tevere. En los días siguientes fueron apareciendo numerosísimos artículos y programas de radio y televisión, en los que se ponía de relieve la importancia de la obra de nuestro Fundador en la vida de la Iglesia. Su fama de santidad quedó aún más patente desde el momento de su muerte. 


San Josemaría junto a Don Álvaro del Portillo

Me consoló mucho recibir la cariñosa respuesta del Santo Padre Pablo VI a la información que le había enviado en mi calidad de Secretario General de la Obra. A través de Mons. Benelli, el Papa expresó su condolencia y nos dijo que también espiritualmente rezaba junto al cuerpo de "un hijo tan fiel" a la Santa Madre Iglesia y al Vicario de Cristo.

Antes del funeral público, llegó a Villa Tevere un telegrama de la Sede Apostólica. El Romano Pontífice renovaba la expresión de su condolencia, manifestaba que estaba ofreciendo sufragios por el alma de nuestro Fundador, y confirmaba su persuasión de que era un alma elegida y predilecta de Dios; concluía impartiendo la Bendición apostólica para toda la Obra. Como es costumbre, el telegrama llevaba la firma del Cardenal Secretario de Estado, que se unía de todo corazón a nuestro dolor, y a los sentimientos de Pablo VI, quien deseaba hacernos llegar lo antes posible aquellas líneas

 En la imagen, San Josemaría en la entrada de Villa delle Rose. Ese mismo día, ecasas horas más tarde, fallecería en Villa Tevere, su lugar de residencia.


Llegaron a la Sede Central del Opus Dei miles de telegramas y cartas desde los cinco continentes: además de expresiones del más sentido dolor, reflejaban concordemente la convicción de que había muerto un santo, uno de los grandes fundadores suscitados en la Iglesia por el Espíritu Santo".


Federico M. Requena y Javier Sesé, Fuentes para la historia del Opus Dei, Ariel, Barcelona, 2002. pp. 150-152



 - Los restos sagrados de San Josemaría reposan en Roma, en la Iglesia de Santa María de Paz.
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