Os recuerdo la grandeza de la andadura a lo divino en el cumplimiento fiel de las obligaciones habituales de la jornada, con esas luchas que llenan de gozo al Señor, y que sólo El y cada uno de nosotros conocemos. Convenceos de que ordinariamente no encontraréis lugar para hazañas deslumbrantes, entre otras razones, porque no suelen presentarse. En cambio, no os faltan ocasiones de demostrar a través de lo pequeño, de lo normal, el amor que tenéis a Jesucristo...
Al meditar aquellas palabras de Nuestro Señor: “Yo, por amor de ellos me santifico a Mí mismo, para que ellos sean santificados en la verdad” (Jn 17,19), percibimos con claridad nuestro único fin: la santificación, o bien, que hemos de ser santos para santificar. A la vez, como una sutil tentación, quizá nos asalte el pensamiento de que muy pocos estamos decididos a responder a esa invitación divina, aparte de que nos vemos como instrumentos de muy escasa categoría(cf Lc 17,10).. Es verdad, somos pocos, en comparación con el resto de la humanidad, y personalmente no valemos nada; pero la afirmación del Maestro resuena con autoridad: el cristiano es luz, sal, fermento del mundo, y “un poco de levadura hace fermentar la masa entera” (Mt 5,13-14; Ga 5,9).
San Josemaría Escrivá de Balaguer (1902-1975)
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