Alegoría de la fe: creer no es cerrar los ojos a la realidad, sino más bien mirar con el alma y el corazón, que ven mucho más allá, y captan lo esencial.
"Los ojos de María: ¡Quién pudiera haberlos visto realmente tan siquiera una vez, aunque fuera por un instante!
Los ojos de María. Ojos hermosos, agradables, con esa belleza natural que no necesita de mejunjes ni postizos para ser encantadores. Ojos sencillos, de esos que no saben mirar a los demás desde arriba.
Ojos bondadosos, que nunca se han desfigurado con guiños de ira o de odio. Ojos sinceros, que no han aprendido a mentir; testigos de un interior sin sombra de doblez.
Ojos atentos a las necesidades ajenas y distraídos para fijarse y molestarse por sus defectos. Ojos comprensivos y misericordiosos que, ante pecadores y malhechores, se transforman en manos abiertas que ofrecen la gracia a raudales.
Ojos de mujer que reflejan nítidamente un alma preciosa, adornada de humildad, de bondad, se sinceridad, caridad, de comprensión y misericordia. Los ojos de María. Los ojos de un alma en gracia.
Verdaderas ventanas al cielo. Porque cielo era toda su alma."
Fotón: Antonio Jaén Sánchez @ImagineJaemmm
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