Quedaron atrás esos días en los que Cristo fue dejando la huella de su cuerpo glorioso en la Tierra; aún latían en el aire sus palabras, aún estaban calientes las emociones tras verlo resucitado, cuando ese mismo Dios que se hizo hombre volvió a ese Cielo desde el que se abajó al mundo.
Siempre se llora la ausencia de lo Amado, pero ese instante en el que la figura de Cristo ascendía, dejó en las almas de quienes lo contemplaron un poso de esperanza
La pena de los sentidos por no poder recrearse en quien ocupa su corazón, queda compensada por los recuerdos. Así, el instante en el que Cristo ascendió dejó en las almas presentes y venideras la felicidad de saber que nos esperaba en el Cielo, allá donde todo es eterno.
Hoy, desde su trono divino, Cristo nos recuerda esas palabras que dejó flotando en el aire mientras su glorioso cuerpo ascendía: "Voy a enviar sobre vosotros la Promesa de mi Padre."
Y esas almas, ayer como hoy, saborean la felicidad de saber que lo Amado ascendió al Cielo y sigue velando por ellas.
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