Si queremos comparar la alteza del oficio sacerdotal, sin comparación, será como comparar un cortesano de la cámara del rey, que trata con su misma persona, a un aldeano que ha menester el favor de este privado, y se hinca de rodillas delante de él y le besa las manos, pidiéndole con mucha humildad que interceda por él al rey con quien trata; y si lo queremos comparar con reyes, aunque sean monarcas, excédeles tanto, según San Ambrosio dice, como el oro excede al plomo.
Y no se tengan por afrentados los hombres terrenales, bajos o altos, cuyo poder es en cuerpos o en cosas corporales, en ser excedidos de los sacerdotes de Dios, cuyo poder es en las almas, abriéndoles o cerrándoles el cielo, y lo que es más, teniendo poder sobre el mismo Dios, para traerlo al altar y a sus manos; pues que los ángeles del cielo, aunque sean los más altos serafines, reconocen esta ventaja a los hombres de la tierra ordenados en sacerdotes; y confiesan que ellos, con ser más altos en naturaleza, y bienaventurados con la vista de Dios, no tienen poder para consagrar a Dios, como el pobre sacerdote lo tiene.
No tienen envidia de esto, porque están llenos de verdadera caridad; y, viendo en las manos de un sacerdote al mismo Hijo de Dios a quien ellos en el cielo adoran y con profunda humildad le alaban con mucho temblor, admíranse sobremanera de la divina bondad, que tanto se extiende, y gozándose mucho de la felicidad de los sacerdotes, y una y muchas veces, con entrañable deseo, les dicen: Benedicite, Sacerdotes Domini, Dominum; laudate et superexaltate eum in saecula; y de verlos tan honrados de Dios, hónranlos ellos, y oyen con temblor las santas palabras que de la boca del sacerdote salen; y adoran a su mismo Rey y Señor en las manos del sacerdote, como una y muchas veces lo adoraron en los brazos de la Sagrada Virgen María. ¿Quién no exclamará, si esto bien siente, con el profeta David: Quis loquetur potentias Domini, auditas faciet omnes laudes eius? ¿Quien no dirá: Venite et videte opera Dei, benignissimi, et dulcissimi super sacerdotes: por cuyo ministerio no se contenta con convertir “mare in aridam”, como lo hizo por mano de su siervo Moisés; mas convierte el pan y vino en cuerpo y sangre del mismo Dios? ¡Oh bondad grande suya, que así engrandece a los sacerdotes, que los levanta del polvo y estiércol, y les da poder no sólo como a los príncipes de su pueblo, más aún: que puedan lo que ellos no pueden!»
San Juan de Ávila, Tratado del Sacerdocio.
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