La esperanza se
siembra allá donde un cristiano trabaja, vive y piensa.
Alegría para el hombre que sube y baja, trabaja
y conquista montañas, pero al cual
le cuesta sonreir. La alegría es sinónimo
de un corazón sano y espiritual.
Fortaleza para los momentos de dificultad.
La nochevieja tiene un
defecto: nos hace olvidar, por momentos, que “el
día siguiente” existe.
Fe en Dios. El materialismo no da, por sí mismo, la
felicidad al hombre.
Nunca, el ser humano
se ha visto tan envuelto en el oropel de la riqueza y, contradictoriamente, tan
ansioso e inquieto
Paz con los que me rodean. Uno de los fallos
que tenemos es el pensar, en la paz que tenemos
demasiado lejos.
Volcar nuestros
esfuerzos por la fraternidad
cerca de nosotros, está a nuestro
alcance.
Conformidad con lo que me acontece y tengo.
Frente al afán de
tener, uno vive más feliz, cuando disfruta de verdad con lo que tiene, no
con aquello que nunca podrá alcanzar.
Ilusión por poner, en cada día del año que
comienza, una piedra que vaya edificando
algo que merezca la pena. Para nosotros y también para los
demás.
Animo por empezar de nuevo el camino que
dejamos inacabado en la consecución de
nuestros proyectos, trabajos o ideales.
Roma no se hizo en un
día.
Limpieza de ese baúl de recuerdos ingratos y de
trastos inservibles que, en el año viejo,
nos han aportado pesimismo, desazón o inquietud. El
corazón lo agradecerá.
Altruismo sano y
divino para hacer más
agradable la vida a los demás.
Una vida sin sensación
de “hacer algo por alguien” es como una tinaja que nunca conoció la
frescura del agua.
Coherencia para vivir según lo que uno cree y no,
desde aquellos postulados, que los
listos de turno nos dictan.
Dar testimonio de
nuestra fe, vivirla y defenderla puede ser un claro síntoma de
vivir lo que creemos.
Constancia en aquello que nos deseamos en las
primeras horas de este año. Un
defecto que podemos tener es poner la primera piedra y olvidarnos de seguir
levantando el hermoso edificio que puede ser estos 365
días.
P. Javier Leoz
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