—Hay
personas que se declaran agnósticas porque dicen que nadie
ha conseguido demostrarles de forma convincente que Dios existe. Y
que no pueden rezar a un ser del que no saben con seguridad si verdaderamente
existe, porque sería como arrojar al mar mensajes en una botella,
con la duda de si alguna vez alguien los recogerá.
Sin
embargo –perdóname por la broma–, tengo entendido
que los náufragos en islas desiertas arrojaban botellas al
mar, o al menos eso se cuenta. Y supongo que lo harían porque
confiar en algo que no es una certeza aplastante e incontrovertible
no tiene por qué ser una actitud absurda. Lo que quizá
sí sería absurdo es quedarse sin hacer nada porque no
se sabe con total seguridad si alguien llegará a encontrarse
algún día con la botella.
—Sí,
pero dicen que ellos optan por no arriesgar nada, y por eso prefieren
no creer en nada, puesto que no hay nada claramente probado.
Con
ese planteamiento, si me apuras, habría que dejar de creer
incluso en que uno es hijo de sus padres –pido perdón
de nuevo por el ejemplo–, como única solución segura
para evitar el riesgo de amar a unos padres falsos. La mayoría
de nuestros conocimientos provienen del testimonio de otras personas,
y en la mayoría de los casos no podemos comprobarlos incontrovertiblemente.
Y eso incluye
datos tan sencillos como quiénes son nuestros padres, nuestro
lugar y fecha de nacimiento, la mayor parte de la geografía
y de la historia, y un larguísimo etcétera. Sin embargo,
solemos creer que el medicamento que tomamos corresponde a lo que
indica el rótulo de la caja, o que el indicador de salida de
la autopista nos mandará al lugar que señala, o que
realmente existe aquel lejano país que viene en los mapas y
del que tanto habla la prensa pero que jamás hemos visitado.
Porque eso es lo razonable.
Nos
pasamos la vida –todos, también quienes dicen que no creen
en nada– teniendo fe en muchas cosas, corriendo riesgos, fiándonos
de lo que no está claramente probado. La fe significa crédito
o confianza. Si queremos demostrar todo, nos veremos abocados a un
proceso infinito en el que la desconfianza absoluta recortaría
drásticamente a una persona, y su vida quedaría reducida
al pequeñísimo ámbito de lo que es comprobable
por uno mismo.
Por eso, el hecho
de que la fe en Dios exija una actitud de aceptación es algo
también muy razonable. Lo que no sería razonable es
el escepticismo absoluto, o pedir un desproporcionado grado de seguridad.
Y menos razonable aún si solo se pide en cuestiones de religión
o de moral.
La misma amistad,
sin ir más lejos, requiere del ejercicio de la fe y la confianza,
puesto que, sin ellas, ningún amigo merecería tal nombre.
Así lo entendía un pensador de la antigüedad, que
se preguntaba: ¿Cómo puedo afirmar que no se debe creer
en nada sin conocerlo directamente, si, en caso de no creer algo que
no puede ser demostrado con seguridad por la razón, no existiría
la amistad, ni el amor?
Alfonso
Aguiló
www.interrogantes.net
Muy ciertos tus razonamientos, pero habitualmente no nos paramos a pensar las cosas en profundidad. ¡Debiéramos hacerlo más a menudo!
ResponderEliminarUn abrazo.