Una vez, un Cardenal en una homilía dijo que cuando él era
pequeño, su madre entraba a su cuarto antes de que se durmiera y le daba el
beso de las buenas noches. Después del beso, se inclinaba y le susurraba a su
oído: 'Jaime, te quiero más que a todos los demás'. El Cardenal era uno de sus
once hijos.
Todas las noches la madre hacía lo mismo hasta que una noche él le preguntó: 'Madre, ¿por qué me quieres a mí más que a todos los demás?' Su respuesta fue: 'Porque de todos mis hijos tú eres el más feíto'.
Este ejemplo nos puede llevar a meditar sobre el amor compasivo de Jesús en el Santísimo Sacramento. Otro ejemplo. Un misionero irlandés trabajaba en África como capellán en una prisión para hombres. Un día recibió la orden de regresar a Irlanda. Visitó a todos los reclusos, que según la sociedad, son los hombres 'más miserables'.
Concluida su visita, subió al coche, apoyó su cabeza sobre el volante, y empezó a llorar al pensar que jamás volvería a ver a esos hombres. Jesús tampoco podría dejarnos, por eso instituyó el Santísimo Sacramento del Altar, para quedarse con nosotros hasta el fin de los tiempos.
Cuanto más 'feos' y más miserables somos, su Corazón se muestra más tierno y compasivo hacia nosotros. Cuanto más malos nos sentimos, mayor es la alegría que le causamos al humillarnos y al visitarlo en el Santísimo Sacramento. Todos están llamados a visitarle, Él nos espera. Está deseando abrazarnos, darnos el amor que el mundo no puede dar. Él, que fue herido, nos cura, pues ha venido no para los que están sanos sino para los enfermos.
¡Qué grande es la compasión de Jesús en el Santísimo Sacramento por nuestra fragilidad y pecado!
Permanezcamos con María en silencio, a los pies del Altar. No hace falta decirle nada, basta estar a sus pies, estar con Él, como el perro que está a los pies del amo y le hace compañía.
María, Inmaculada, llena de gracia, nos ayuda y enseña a tratar con Jesús, con este Dios 'desterrado' por sus propios hijos. Dejémonos amar por Él, mirándolo 'cara a cara' , frente al Santísimo Sacramento. No le demos más vueltas. Jesús está ahí, realmente presente. Muchos todavía dudan, por eso no acuden a visitarle. Su Cuerpo resucitado está 'espiritualizado' como dice San Pablo. Realmente presente, tan real como la resurrección, aunque no podamos verle físicamente. Presente en Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, tal y como reina en la gloria.
Y ¿qué beneficio nos da estar ante Jesús resucitado, presente en el Santísimo Sacramento? Pues como es su Cuerpo resucitado, ocurre que nos da a chorros el don de su Espíritu, nada más y nada menos. Si nosotros nos quedamos postrados ante el sagrario, sin darnos cuenta, estamos recibiendo a 'chorros' la gracia de Dios.
¡Jesús, perdona nuestros pecados! Hazlos desaparecer como la paja desaparece en el fuego. Te ofrecemos nuestro pobre corazón. Hazlo más grande, para que pueda amar más. Lo ponemos a los pies de tu Altar, para que sea pisado y de ese modo sea menos duro y más caritativo. Bendícenos, y da al mundo la paz.
Tus frágiles hijos.
Dios nos siga bendiciendo.
Tu hermano en Xto,
Alejandro.
Todas las noches la madre hacía lo mismo hasta que una noche él le preguntó: 'Madre, ¿por qué me quieres a mí más que a todos los demás?' Su respuesta fue: 'Porque de todos mis hijos tú eres el más feíto'.
Este ejemplo nos puede llevar a meditar sobre el amor compasivo de Jesús en el Santísimo Sacramento. Otro ejemplo. Un misionero irlandés trabajaba en África como capellán en una prisión para hombres. Un día recibió la orden de regresar a Irlanda. Visitó a todos los reclusos, que según la sociedad, son los hombres 'más miserables'.
Concluida su visita, subió al coche, apoyó su cabeza sobre el volante, y empezó a llorar al pensar que jamás volvería a ver a esos hombres. Jesús tampoco podría dejarnos, por eso instituyó el Santísimo Sacramento del Altar, para quedarse con nosotros hasta el fin de los tiempos.
Cuanto más 'feos' y más miserables somos, su Corazón se muestra más tierno y compasivo hacia nosotros. Cuanto más malos nos sentimos, mayor es la alegría que le causamos al humillarnos y al visitarlo en el Santísimo Sacramento. Todos están llamados a visitarle, Él nos espera. Está deseando abrazarnos, darnos el amor que el mundo no puede dar. Él, que fue herido, nos cura, pues ha venido no para los que están sanos sino para los enfermos.
¡Qué grande es la compasión de Jesús en el Santísimo Sacramento por nuestra fragilidad y pecado!
Permanezcamos con María en silencio, a los pies del Altar. No hace falta decirle nada, basta estar a sus pies, estar con Él, como el perro que está a los pies del amo y le hace compañía.
María, Inmaculada, llena de gracia, nos ayuda y enseña a tratar con Jesús, con este Dios 'desterrado' por sus propios hijos. Dejémonos amar por Él, mirándolo 'cara a cara' , frente al Santísimo Sacramento. No le demos más vueltas. Jesús está ahí, realmente presente. Muchos todavía dudan, por eso no acuden a visitarle. Su Cuerpo resucitado está 'espiritualizado' como dice San Pablo. Realmente presente, tan real como la resurrección, aunque no podamos verle físicamente. Presente en Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad, tal y como reina en la gloria.
Y ¿qué beneficio nos da estar ante Jesús resucitado, presente en el Santísimo Sacramento? Pues como es su Cuerpo resucitado, ocurre que nos da a chorros el don de su Espíritu, nada más y nada menos. Si nosotros nos quedamos postrados ante el sagrario, sin darnos cuenta, estamos recibiendo a 'chorros' la gracia de Dios.
¡Jesús, perdona nuestros pecados! Hazlos desaparecer como la paja desaparece en el fuego. Te ofrecemos nuestro pobre corazón. Hazlo más grande, para que pueda amar más. Lo ponemos a los pies de tu Altar, para que sea pisado y de ese modo sea menos duro y más caritativo. Bendícenos, y da al mundo la paz.
Tus frágiles hijos.
Dios nos siga bendiciendo.
Tu hermano en Xto,
Alejandro.
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