Jesús, no quiero abandonarte, antes bien, deseo dar testimonio de ti a los hombres. Quiero darte a conocer a quienes no han oído hablar de ti. Sé que no será fácil, porque el mundo odia los que te pertenecemos, pero “Tú has vencido al mundo”, y con esa confianza, quiero aventurarme en el anuncio de tu Persona. Catholic.net
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jueves, 6 de septiembre de 2012

Boga mar adentro



«Duc in altum»; «Boga mar adentro» (Lc 5,4).

¡No nos quedemos en las costas del mundo que vive sin contemplar la alegría de la resurrección! Nuestra navegación por los mares de la vida -aunque a veces pasemos por grandes tormentas que se desatan en alta mar- nos ha de conducir hasta atracar en la tierra prometida, en la herencia prometida por el Padre, el cielo esperado.

Regalo de Dios; pero también trabajo del hombre. Hemos de servir, desde el amor y la humildad a los demás en la gran barca de la Iglesia, y también a los que están en otras barcas lejanas. Todos tienen el derecho de conocer el amor infinito de Dios.

Cristo conoce bien nuestros límites, por eso nos ayuda a 'pescar una gran cantidad de peces, hasta el punto que las redes amenacen romperse'. De nosotros depende: o en el puerto de nuestro amor propio, o hacia los horizontes del amor.

La propuesta es atrayente, y a la vez difícil, sacrificada, pero no vamos solos. Un pescador en la barca pone su vida en manos de aquel que maneja el timón. A veces las aguas están tranquilas, pero otras veces fuertes tormentas en alta mar amenazan la embarcación. Cristo es el que maneja el timón, y nosotros los pescadores que, en su Nombre, pescamos.

Nos hace falta saber y querer despojarnos de nuestros miedos, de nuestros 'qué dirán' por seguir a Cristo, y poner rumbo a aguas mas profundas, a horizontes más lejanos, horizontes que se alejen del desánimo y la mediocridad.

Santo Tomás de Aquino lo expresó así: 'Quien tropieza en el camino, por poco que avance, algo se acerca al término; quien corre fuera de él, cuanto más corra más se aleja del término'.

Vivir con Cristo transforma nuestra vida. Nuestra vida se transforma cuando acogemos la presencia del Señor en nosotros, y Él actúa. Los Apóstoles también eran hombres como nosotros. Fijémonos en su actitud; al principio, de la desconfianza pasan a la admiración. Y de la admiración al seguimiento. A nosotros nos puede pasar lo mismo, pero para eso hemos de buscarle.

Ser cristiano no es una filosofía de vida. Es una experiencia que afecta todo nuestro ser, porque seguimos a 'Alguien'.

¡Señor, te entregamos las redes del temor, del desaliento, de la falta de confianza. Contigo, de la mano de María, remamos 'mar adentro'!

Dios nos siga bendiciendo.

Alejandro María 
 
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