LAS
VIRTUDES DE MARÍA SANTÍSIMA
Es necesario
considerar una vez más el acontecimiento
fundamental en la economía de la
salvación, o sea la encarnación del
Verbo en la anunciación. Es
significativo que María, reconociendo en
la palabra del mensajero divino la
voluntad del Altísimo y sometiéndose a
su poder, diga: « He aquí la esclava
del Señor; hágase en mí según tu
palabra » (Lc 1, 3). El primer
momento de la sumisión a la única
mediación « entre Dios y los hombres »
—la de Jesucristo— es la aceptación de
la maternidad por parte de la Virgen de
Nazaret. María da su consentimiento a la
elección de Dios, para ser la Madre de
su Hijo por obra del Espíritu Santo.
Puede decirse que este consentimiento
suyo para la maternidad es sobre
todo fruto de la donación total a
Dios en la virginidad. María aceptó
la elección para Madre del Hijo de Dios,
guiada por el amor esponsal, que «
consagra » totalmente una persona humana
a Dios. En virtud de este amor, María
deseaba estar siempre y en todo «
entregada a Dios », viviendo la
virginidad. Las palabras « he aquí la
esclava del Señor » expresan el hecho de
que desde el principio ella acogió y
entendió la propia maternidad como
donación total de sí, de su persona,
al servicio de los designios salvíficos
del Altísimo. Y toda su participación
materna en la vida de Jesucristo, su
Hijo, la vivió hasta el final de acuerdo
con su vocación a la virginidad.
La maternidad de
María, impregnada profundamente por la
actitud esponsal de « esclava del Señor
», constituye la dimensión primera y
fundamental de aquella mediación que la
Iglesia confiesa y proclama respecto a
ella,100
y continuamente « recomienda a la piedad
de los fieles » porque confía mucho en
esta mediación. En efecto, conviene
reconocer que, antes que nadie, Dios
mismo, el eterno Padre, se entregó a
la Virgen de Nazaret, dándole su
propio Hijo en el misterio de la
Encarnación. Esta elección suya al sumo
cometido y dignidad de Madre del Hijo de
Dios, a nivel ontológico, se refiere a
la realidad misma de la unión de las dos
naturalezas en la persona del Verbo (unión
hipostática). Este hecho fundamental
de ser la Madre del Hijo de Dios supone,
desde el principio, una apertura total a
la persona de Cristo, a toda su obra y
misión. Las palabras « he aquí la
esclava del Señor » atestiguan esta
apertura del espíritu de María, la cual,
de manera perfecta, reúne en sí misma el
amor propio de la virginidad y el amor
característico de la maternidad, unidos
y como fundidos juntamente.
Por tanto María ha llegado a ser no sólo
la « madre-nodriza » del Hijo del
hombre, sino también la « compañera
singularmente generosa » del Mesías y
Redentor. Ella —como ya he dicho—
avanzaba en la peregrinación de la fe y
en esta peregrinación suya hasta
los pies de la Cruz se ha realizado, al
mismo tiempo, su cooperación
materna en toda la misión del Salvador
mediante sus acciones y sufrimientos. A
través de esta colaboración en la obra
del Hijo Redentor, la maternidad misma
de María conocía una transformación
singular, colmándose cada vez más de «
ardiente caridad » hacia todos aquellos
a quienes estaba dirigida la misión de
Cristo. Por medio de esta « ardiente
caridad », orientada a realizar en unión
con Cristo la restauración de la « vida
sobrenatural de las almas », María
entraba de manera muy personal en la
única mediación « entre Dios y los
hombres », que es la mediación del
hombre Cristo Jesús. Si ella fue la
primera en experimentar en sí misma los
efectos sobrenaturales de esta única
mediación —ya en la anunciación había
sido saludada como « llena de gracia »—
entonces es necesario decir, que por
esta plenitud de gracia y de vida
sobrenatural, estaba particularmente
predispuesta a la cooperación con
Cristo, único mediador de la salvación
humana. Y tal cooperación es
precisamente esta mediación subordinada
a la mediación de Cristo.
En el caso
de María se trata de una mediación
especial y excepcional, basada sobre su
« plenitud de gracia », que se traducirá
en la plena disponibilidad de la «
esclava del Señor ». Jesucristo, como
respuesta a esta disponibilidad interior
de su Madre, la preparaba cada
vez más a ser para los hombres « madre
en el orden de la gracia ». Esto
indican, al menos de manera indirecta,
algunos detalles anotados por los
Sinópticos (cf. Lc 11, 28; 8,
20-21; Mc 3, 32-35; Mt 12,
47-50) y más aún por el Evangelio de
Juan (cf. 2, 1-12; 19, 25-27), que ya he
puesto de relieve. A este respecto, son
particularmente elocuentes las palabras,
pronunciadas por Jesús en la Cruz,
relativas a María y a Juan.
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