¡María, Madre de Dios y mi esperanza!
Mira a tus pies a un pobre pecador
que implora tu clemencia.
Tú eres llamada por toda la Iglesia,
y por todos los fieles proclamada,
el refugio de los pecadores.
Tú eres mi refugio y tú me has de salvar.
Bien sabes cuánto desea tu Hijo salvarnos.
Sabes lo que sufrió por salvarme.
Te presento, Madre mía, los sufrimientos de Jesús;
el frío de la gruta y la huída a Egipto;
las fatigas y sudores que padeció;
la sangre que derramó y los dolores
que sufrió pendiente de la cruz ante tus ojos.
Dame a conocer cómo amas a tu Hijo mientras,
por amor a tu Hijo, te ruego que me ayudes.
Dale la mano a un caído que pide piedad.
Si yo fuera santo no necesitaría misericordia,
pero porque soy pecador recurro a ti
que eres la madre de la misericordia.
Yo sé que tu piadoso corazón
encuentra su consuelo en socorrer
a los perdidos cuando no son obstinados.
Me pongo en tus manos; dime qué he de hacer
y dame fuerzas para cumplirlo,
al tiempo que propongo hacer todo lo posible
para recobrar la gracia de Dios.
Me refugio bajo tu manto.
Jesús quiere que yo recurra a ti, que eres su Madre,
para que por tu gloria y su gloria no sólo su sangre,
sino también sus plegarias, me ayuden a salvarme.
Él me manda a ti para que me socorras.
Heme aquí, María; a ti recurro y en ti confío.
Tú que ruegas por tantos otros,
ruega y di una palabra en mi favor.
Di a Dios que quieres que me salve,
que Dios ciertamente me salvará.
Dile que soy tuyo, nada más te pido.
(San Alfonso María de Ligorio)