Gracias, Señor, porque quisiste regresar de la muerte trayendo tus heridas. Gracias porque dejaste a Tomás que pusiera su mano en tu costado y comprobara que el Resucitado es exactamente el mismo que murió en la cruz.
Gracias por explicarnos que el dolor nunca puede amordazar el alma y que cuando sufrimos estamos también resucitando. Déjame que te diga que me siento orgulloso de tus manos heridas de Dios y hermano nuestro.
También a nosotros nos concedes el regalo de tocarte, de sentirte a nuestro lado. Ábrenos los ojos de la fe, para reconocerte resucitado en los hermanos, en las llagas de los pobres, en la Comunión. Abre nuestros brazos para acogerte con amor.
J. L. Martín Descalzo (adaptación)
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