Felices quienes no pretenden ser más que una pizca de sal, un destello de luz, para ser la levadura de un mundo nuevo, dejando un regusto en el paladar y una brizna de esperanza a cada persona que encuentren en su camino.
Felices quienes se entregan generosamente en cada actividad que emprenden, y no exigen nada a cambio. Quienes saben perdonar las debilidades y pedir perdón por sus incoherencias.
Felices quienes hablan siempre con sinceridad, cuyas palabras no van más allá del sí o del no; quienes ante una ofensa o un engaño, ofrecen siempre una amable espera y una nueva oportunidad.
Felices quienes tienen el amor, el servicio y la ternura como el ideal en su vivencia cotidiana. Y se esfuerzan por no odiar, incluso con los que les hacen daño.
Felices quienes no desean llegar a la perfección, sino únicamente experimentar y vivir la misericordia con los demás, aprendiendo de nuestro buen Dios, que hace salir cada día el sol sobre todos los seres humanos sin excepción.
Felices quienes de sus buenas acciones nadie se entera, quienes oran al Padre en el silencio de su corazón y en el corazón de su existencia, quienes comparten buena parte de lo que tienen y son sin dar a conocer el remitente.
Felices quienes poseen como su mayor tesoro no el dominar a nadie, ni el consumir cosas inútilmente, sino que su gran riqueza son los demás: su familia, sus amigos, su comunidad y los más débiles y marginados del mundo del que se sienten parte.
Felices quienes no se angustian ante las dificultades de la vida, sino que las afrontan con serenidad y buen ánimo, sacando fuerzas para seguir adelante de su hondón personal y de los buenos consejos que les ofrecen quienes les quieren de verdad.
Felices quienes no critican, ni murmuran, ni condenan, sino que analizan antes sus debilidades y disculpan las de los otros, mostrando en cada caso su indulgencia y consuelo.
Felices quienes construyen sobre la roca firme de la amistad, del cariño, de la compasión y de la solidaridad. Aquí radica la esencia de la fraternidad universal y la regla fundamental para la convivencia: “Todo lo queráis que hagan por vosotros, hacedlo también vosotros por ellos”. Ahí se encuentra también la voluntad de Dios: buscar sencilla, humana y esforzadamente la felicidad y la plenitud de los demás. En ese camino de donación encontraréis también la vuestra.
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