Sufrir pacientemente los defectos ajenos.
A veces sucede a la inversa, y en lugar de sufrir nosotros con paciencia los defectos ajenos, hacemos sufrir a los demás con nuestros propios defectos.
Tratemos de corregirnos y tengámonos paciencia también para con nosotros mismos, porque el camino a la perfección no es de un día para el otro, sino que es gradual, con caídas y retrocesos. Por eso debemos tener paciencia con los defectos nuestros y con los de los demás, ya que muchas veces actúan sin darse cuenta de que nos molestan.
El ejemplo lo tenemos siempre en Jesús, que trataba bien a todos, incluso a los que lo perseguían y mataban.
Dice la Escritura que a fuerza de paciencia poseeremos nuestras almas. Y Santa Teresa de Jesús dice también que la paciencia todo lo alcanza.
Tenemos que armarnos de paciencia, porque también en el apostolado es necesaria e imprescindible la paciencia, ya que de lo contrario echaríamos todo a perder.
Tomemos el ejemplo de Dios, que no tiene apuro en hacer las cosas y se ha tomado siglos y milenios para realizar su obra creadora y redentora. Y como Dios es el dueño del tiempo, confiemos en Él que nos puede proveer el tiempo necesario para todo. No tengamos prisa porque Dios no la tiene. Conservemos la paz del alma y tengamos una sonrisa con los que nos fastidian, y esto será un gran heroísmo, tal vez más que morir mártires.
Jesús, en Vos confío.
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