Porque el hombre que pronto saldrá al balcón central de la Basílica de San Pedro no reclama un trono, sino que abraza una cruz. No es un vencedor, sino un cordero sacrificial elegido para liderar un mundo cansado.
En ese mismo momento, podría estar en la pequeña y escondida "Capilla de las Lágrimas" junto a la Capilla Sixtina, llorando. No de triunfo, sino con asombro y temor, preguntándole a Dios: "¿Por qué yo?".
Relatará sus debilidades. Enumerará todas las razones por las que se siente indigno. Pero Dios no necesitará fuerza; Él dará misericordia.
Este hombre cargará con todo el peso del oficio de Pedro. Se cansará. Sufrirá en silencio. Envejecerá, quizás demasiado pronto. No se retirará en la comodidad. Morirá sirviendo.
Su carga será invisible para muchos, pero su alma la sentirá a diario. Cuando vean el humo blanco... oren por él. No está entrando en la gloria, sino en el sacrificio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias por dejar tu comentario, me alegra el alma