Jesús, no quiero abandonarte, antes bien, deseo dar testimonio de ti a los hombres. Quiero darte a conocer a quienes no han oído hablar de ti. Sé que no será fácil, porque el mundo odia los que te pertenecemos, pero “Tú has vencido al mundo”, y con esa confianza, quiero aventurarme en el anuncio de tu Persona. Catholic.net
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ACI prensa

La fe es garantía de lo que se espera; la prueba de las realidades que no se ven. http://la-oracion.com

miércoles, 28 de julio de 2010

Familia: lo único bueno cuando todo sale mal




Nada mejor que cuando alguien, sin tener otro interés que tu felicidad, te hace sentir querido, te hace sentir que está ahí para ti y te dice con toda la sinceridad posible: "cuenta conmigo".

Cuando todo parece complicarse, cuando por más intentos por resolver las cosas algo parece estar jalando al otro lado de nuestros esfuerzos y todo vuelve a salir mal, las personas en quienes más se confía de repente resultan ser las que más daño causaron.

El trabajo se complica; mal entendidos, imprecisiones; la cuenta del banco está en una angustiante crisis; comprar comida, pagar deudas, más deudas, necesidad de esparcimiento… no, no… mejor no… no hay dinero…

Hablarle a un amigo, hay que conversar… pero ¿a quién? Todos están en las mismas: trabajando, corriendo atendiendo sus propios compromisos, y los otros, pues no eran tan amigos…

Pero ahí siguen los sueños, los anhelos, las metas aún se pueden ver a pesar de la neblina que imponen las dificultades, pero a pesar de eso hay un sentimiento de tristeza y cansancio… las fuerzas parecen disminuir notablemente… y de pronto surge una gran necesidad de consuelo, una palabra, una mirada, un abrazo… que alguien diga “ánimo, sí vale la pena, tú puedes”

Se llega a casa totalmente fatigado, con la mente aturdida, oír sin escuchar, ver sin atender, la cabeza y el ánimo pausados…

Pero entonces, una sonrisa, una palabra de bienvenida, abrazos, ¡es que en tu casa no te vieron en todo el día! no saben todo lo que te pasó. Preguntas, intriga, entusiasmo por saber de ti y a la vez que tú sepas lo que a ellos les sucedió. Pero después eso no importa, es sólo un pretexto porque en ese momento ya no hay nada más, ni tareas ni pendientes, sólo estar ahí.

Luego, ellos, quienes más te aman, quienes en verdad te aman, fijan sus ojos en los tuyos y con la sola mirada, con sólo ponerse frente a ti saben que algo te sucedió. Y sin necesidad de explicaciones y sin que lo solicites con palabras, eso que tanto necesitabas durante todo el día, ahí siempre estuvo, esa palabra que sólo puede venir de quien con total sinceridad se preocupa por ti y sin dudarlo te dice: “aquí estoy y siempre puedes contar conmigo".

Eso sólo lo encuentras en la familia. Después de esas palabras, resulta fácil volverse a levantar al día siguiente y con mayor alegría, ahora con la confianza y el respaldo de ellos con quienes todo se ve mejor y es más fácil. Porque cuentas con ellos y ellos contigo. Y después de un fatídico día sabes que podrías continuar solo, pero es mucho más fácil y beneficioso si ellos están ahí. Tu familia


Escrito por Vania Rodríguez Carpio
www.yoinfluyo.com

lunes, 26 de julio de 2010

Glorias de papel



Los triunfos y aplausos se desvanecen, como cenizas dispersadas por el viento, mientras que en el cielo están los famosos que escogieron la mejor parte.

La fama atrae. Ser conocido, ser apreciado, ser acogido, influye profundamente en el corazón de cada ser humano.

Luego, tras la muerte, algunos se convierten en personajes famosos, con estatuas, con biógrafos, con novelas, con calles y diccionarios que recuerdan lo que hicieron, lo que dijeron, lo que pensaron.

Junto a los famosos (héroes, políticos, líderes populares, militares, pensadores, artistas, escritores, filósofos, deportistas, científicos), existen millones y millones de seres humanos, sin reconocimientos, sin historia, sin fama.

El alma queda sobrecogida cuando pasea por cementerios en los que fosas comunes recogen decenas o centenares de cadáveres de personas del pasado, sin nombres, sin fechas, sin reconocimientos. Pero cada uno de esos hombres y mujeres, enterrados sin gloria (sin mármol, sin flores) tienen su pequeña historia, vivieron y murieron en tiempos y en lugares concretos, caminaron sobre nuestros suelos y avanzaron hacia lo eterno.

Los biógrafos y los estudiosos olvidan muchas veces a esos millones de muertos anónimos, mientras buscan reconocer e “inmortalizar” a los “grandes”, a los famosos. Pero existe el riesgo de olvidar que las glorias de muchos hombres y mujeres son frágiles, son pobres, son incluso engañosas, sin esa última palabra que se escribe tras la muerte: la eternidad.

Porque de nada sirven glorias de papel si un corazón no ha sabido amar ni ha podido perdonar a sus semejantes. En el Reino de los cielos los parámetros de juicio son muy diferentes a los nuestros, y la entrada tiene condiciones estrictas que se satisfacen con algo mucho más importante que la fama.

Por eso, lo único que realmente importa en la vida es tomar el Evangelio, descubrir un Amor que puede vencer el mal, pedir perdón por los propios pecados, confiar en la misericordia, y reemprender el trabajo sereno, humilde, que nos hace hombres y mujeres buenos.

Los demás triunfos y aplausos se desvanecen, como cenizas dispersadas por el viento, mientras que el cielo está poblado por hombres, famosos o sin fama, que escogieron la mejor parte, que aceptaron ser lavados por la Sangre del Cordero.

Autor: P. Fernando Pascual LC | Fuente: Catholic.net


Dedicado a mi primo, José Tomás Melgarejo Mieres, que el sábado partió al Cielo, desde ahí nos ayude, nos cuide a todos los que quedamos para seguir luchando en ésta tierra bendita, con el ejemplo dejado a sus familiares y amigos cercanos. Magda

lunes, 19 de julio de 2010

¿Hacer más o hacer mejor?


La pregunta que deberíamos formular al acostarnos no es si hice más, sino sencillamente si hice lo mejor, si hice el bien, si lo hice con amor, si lo hice para amar.

¿Hacer más o hacer mejor?
¿Hacer más o hacer mejor?


La eficiencia, en ocasiones, nos obsesiona. Queremos rendir más, aprovechar a fondo el tiempo, atender varios asuntos a la vez, conquistar metas y más metas.

Al final del día podemos sentirnos satisfechos al recordar que hemos hecho “muchas cosas”. La enumeración empieza con el excelente editorial que leímos por la mañana, el desayuno consumido en menos tiempo, la llegada a tiempo al trabajo, el haber terminado 15 asuntos pendientes, el haber respondido a más de 30 mensajes del correo electrónico, y un largo etcétera de pequeñas, medianas o grandes realizaciones.

Pero si vamos más a fondo, ¿estamos de verdad satisfechos? Hemos hecho muchas cosas, hemos rendido más de lo ordinario, hemos tenido un día “lleno”. ¿Basta eso o quedó algo pendiente, dejé de lado otras “cosas” mucho más importantes?

Es posible vivir con la agenda repleta de compromisos y con un gran vacío en el corazón. Quizá ocurre eso porque la avalancha de actividades nos ha alejado de lo más importante, porque hemos perdido la brújula y no sabíamos exactamente hacia dónde queríamos llegar.

No podemos recorrer el camino de la vida bajo un frenesí de acciones y bajo un esfuerzo, casi titánico, por llevar a cabo miles de cosas que nos dispersan y que nos esclavizan.

Hemos sido creados para algo mucho más grande, más noble, más profundo, más hermoso. La verdadera vocación del hombre está no en el hacer, sino en el amar.

Juan Pablo II lo explicaba con estas palabras: “El hombre no puede vivir sin amor. Él permanece para sí mismo un ser incomprensible, su vida está privada de sentido si no se revela el amor, si no se encuentra con el amor, si no lo experimenta y lo hace propio, si no participa en él vivamente” (Redemptor hominis, n. 10). Nuestra plenitud no está en la técnica, ni en la televisión, ni en internet, ni en los crucigramas, ni en la conquista de una buena forma física, ni en la dieta, ni en la lectura de novelas apasionantes o de libros de ciencia. Nuestra plenitud está en aprender a vivir según nuestra naturaleza íntima, profunda: según el plan de Dios, que nos hizo por amor y nos invita cada día a amar. La pregunta que deberíamos formular al acostarnos no es si hice más, sino sencillamente si hice mejor, si hice bien, si hice con amor, si hice para amar. No vale la pena hacer miles de cosas. Hay una única cosa importante: “Sólo vale la pena el amor, que es lo que hace posible la eternidad” (José María Pérez Lozano).

Autor: P. Fernando Pascual LC | Fuente: Catholic.net

jueves, 15 de julio de 2010

La oración más difícil, la que más nos cuesta...

Dejar "nuestras cosas" a un lado, dejarlas por un momento y poniéndonos ante tu presencia, Señor, pedir por los demás.
La oración más difícil, la que más nos cuesta...
La oración más difícil, la que más nos cuesta...


A veces, Señor, cuando estoy ante ti, recorro mi alma en examen sincero preguntándome si solo vengo a ti buscando consuelo para mis penas y problemas...

¿Qué le falta a mi oración?

Señor, dame luz para comprender que la que tengo olvidada o que no me conviene es la "Oración de intercesión". Esa, que es el olvido de uno mismo, esa, que es "una petición en favor de otros". Es la que no tiene límites ni fronteras, ya que es la que puede alcanzar gracias hasta para los enemigos y es también la expresión de la Comunión de los Santos. Es la oración en que nos olvidamos de nosotros para pensar en los demás.

Es generosa, de una caridad sin límites cuando pedimos por alguien que no nos ama, por alguien que no nos hace caso o que tal vez nos hizo o hace mucho daño. Es acercarnos realmente a la forma de orar que tu oraste por nosotros a tu Padre, Señor.

Tu, Señor, siempre estuviste y estás presto a interceder por nosotros ante el Padre, en favor de todos los hombres, especialmente por los pecadores. En favor... de mi.
Y te quedaste con nosotros en este Sacramento, estás con nosotros cada momento del día en la Eucaristía para seguir intercediendo por nosotros, nos escuchas y te llevas nuestras peticiones al Padre.

Vale la pena hacer la prueba. Olvidarse de uno por un momento, desasirse de todos los problemas que nos agobian, de esa pena.... que llevamos colgada del corazón, de esa enfermedad, de ese malestar, de esa inquietud, temor o disgusto que no nos deja dormir...

Dejar "nuestras cosas" a un lado, dejarlas por un momento y poniéndonos ante tu presencia, Señor, pensar en los demás...y así, como una letanía de incienso, perfumada por el más grande amor, ese que nos cuesta tanto porque no es para nuestro beneficio personal, pedir, por todos los seres del mundo, por las autoridades que manejan el destino de los países, por los que sufren, enfermos o desamparados, por los que en este día morirán e irán a la presencia del Padre, por los sacerdotes, por los misioneros por los no nacidos y por los jóvenes, pero sobretodo por tal o cual persona, esa que nos hace sufrir, esa que no nos "cae bien", esa que no nos quiere...que siempre sabe cómo mortificarnos.... ¡esa es la oración que tu está esperando, Jesús mío, esa es la que más me cuesta pero... esa es la que tu quieres!.

Y cuando logramos hacerla, el alma y el pensamiento se van aligerando y un rocío de paz moja nuestro corazón, antes reseco por el rencor, tal vez por el egoísmo de vivir absortos en "nuestro pequeño mundo" tan solo con nuestras preocupaciones.

Si, Jesús Sacramentado, yo necesito que me escuches porque me agobian muchas cosas y tengo el alma triste pero con esta oración, he sentido el dulce consuelo de tu abrazo lleno de misericordia para mi y para todos aquellos por lo que te he pedido. ¡Gracias, Señor!.

Autor: Ma Esther De Ariño | Fuente: Catholic.net

miércoles, 14 de julio de 2010

Dar gratis lo que gratis se nos dio


Dar gratis lo que gratis se nos dio
¿Es fácil? ¿No vivimos en un mundo hostil, lleno de insidias y rencores? ¿No somos nosotros mismos víctimas de la tentación materialista?

Dar gratis lo que gratis se nos dio
Dar gratis lo que gratis se nos dio


Es fácil ser evangelizadores y misioneros. Se trata simplemente de dar gratis lo que gratis hemos recibido.

¿Es fácil? ¿No vivimos en un mundo hostil, lleno de insidias y de rencores? ¿No somos nosotros mismos víctimas de la tentación materialista? ¿No tenemos el pecado fuera y dentro de los corazones?

Al ver la situación del mundo y al constatar la propia debilidad, sentimos miedo. Miedo a enseñar la fe y luego sufrir las “consecuencias”. Miedo a ser tildados de locos, fanáticos, fundamentalistas, beatos. Miedo a ser criticados por familiares y amigos, por compañeros de trabajo y por conocidos.

Pero si pensamos en que hemos recibido un tesoro, en que Dios no es para unos pocos, en que Él es un Padre que ama a todos, en que Cristo dio su Sangre para el perdón de los pecados, en que el Espíritu Santo sopla y actúa donde quiere y espera la ayuda de discípulos y misioneros... entonces nuestro corazón cobra fuerzas y entusiasmo: ¡sí podemos predicar el Evangelio!

¿Tan sencillo? Se exige, desde luego, coherencia, pues de nada sirve quien predica y luego vive de otra manera. Se exige, además, una formación mínima, que podemos lograr poco a poco gracias a una meditación profunda y desde la fe de la Sagrada Escritura, y a un buen estudio del “Catecismo de la Iglesia Católica”. Se exige una vida sacramental convencida: la misa dominical (y no sólo dominical), la confesión frecuente.

Se exigen, por lo tanto, ciertos requisitos. Pero nos parecerán fáciles desde la alegría experimentada, en el corazón, de saber que Dios nos mira, nos acompaña, nos impulsa, nos ama. A nosotros y a tantas personas que encontrarán el sentido de sus vidas si descubren, con nuestra ayuda humilde, la gran noticia: Cristo nació, vivió, murió, y resucitó, para salvarnos, para llevarnos al Padre, para permitir que ya en esta tierra sea posible una existencia de caridad auténtica, una vida que es anticipo de lo que experimentaremos, si somos fieles a la gracia de Dios, en el cielo.

Autor: P. Fernando Pascual LC | Fuente: Catholic.net

lunes, 12 de julio de 2010

¿Vivimos nuestra fe católica?




¿Vivimos nuestra fe católica?
¿Vivimos nuestra fe católica?


La fe no es una simple teoría. Es un compromiso que llega al corazón y a las acciones, a los principios y a las decisiones, al pensamiento y a la vida.

Vivimos nuestra fe cuando dejamos a Dios el primer lugar en nuestras almas. Cuando el domingo es un día para la misa, para la oración, para el servicio, para la esperanza y el amor. Cuando entre semana buscamos momentos para rezar, para leer el Evangelio, para dejar que Dios ilumine nuestras ideas y decisiones.

Vivimos nuestra fe cuando no permitimos que el dinero sea el centro de gravedad del propio corazón. Cuando lo usamos como medio para las necesidades de la familia y de quienes sufren por la pobreza, el hambre, la injusticia. Cuando sabemos ayudar a la parroquia y a tantas iniciativas que sirven para enseñar la doctrina católica.

Vivimos nuestra fe cuando controlamos los apetitos de la carne, cuando no comemos más de lo necesario, cuando no nos preocupamos del vestido, cuando huimos de cualquier vanidad, cuando cultivamos la verdadera modestia, cuando huimos de todo exceso: “nada de comilonas y borracheras; nada de lujurias y desenfrenos; nada de rivalidades y envidias” (Rm 13,13).

Vivimos nuestra fe cuando el prójimo ocupa el primer lugar en nuestros proyectos. Cuando visitamos a los ancianos y a los enfermos. Cuando nos preocupamos de los presos y de sus familias. Cuando atendemos a las víctimas de las mil injusticias que afligen nuestro mundo.

Vivimos nuestra fe cuando tenemos más tiempo para buenas lecturas que para pasatiempos vanos. Cuando leemos antes la Biblia que una novela de última hora. Cuando conocer cómo va el fútbol es mucho menos importante que saber qué enseñan el Papa y los obispos.

Vivimos nuestra fe cuando no despreciamos a ningún hermano débil, pecador, caído. Cuando tendemos la mano al que más lo necesita. Cuando defendemos la fama de quien es calumniado o difamado injustamente. Cuando cerramos la boca antes de decir una palabra vana o una crítica que parece ingeniosa pero puede hacer mucho daño. Cuando promovemos esa alabanza sana y contagiosa que nace de los corazones buenos.

Vivimos nuestra fe cuando los pensamientos más sencillos, los pensamientos más íntimos, los pensamientos más normales, están siempre iluminados por la luz del Espíritu Santo. Porque nos hemos dejado empapar de Evangelio, porque habitamos en el mundo de la gracia, porque queremos vivir a fondo cada enseñanza del Maestro.

Vivimos nuestra fe cuando sabemos levantarnos del pecado. Cuando pedimos perdón a Dios y a la Iglesia en el Sacramento de la confesión. Cuando pedimos perdón y perdonamos al hermano, aunque tengamos que hacerlo setenta veces siete.

Vivimos nuestra fe cuando estamos en comunión alegre y profunda con la Virgen María y con los santos. Cuando nos preocupa lo que ocurre en cada corazón cristiano. Cuando sabemos imitar mil ejemplos magníficos de hermanos que toman su fe en serio y brillan como luces en la marcha misteriosa de la historia humana.

Vivimos nuestra fe cuando nos dejamos, simplemente, alegremente, plenamente, amar por un Dios que nos ha hablado por el Hijo y desea que le llamemos con un nombre magnífico, sublime, familiar, íntimo: nuestro Padre de los cielos.



Autor: P. Fernando Pascual LC | Fuente: Catholic.net


domingo, 11 de julio de 2010

Desgranando el rosario…



El rosario es más que una oración y la piedad que lo pronuncia.
El rosario es la biografía de la Madre de Dios, la historia de su vocación y la delicadeza de su trato.
El rosario significa entrar en el Corazón Inmaculado de María.
El rosario es la insistencia en la ternura.
El rosario es el punto álgido de la humanidad y del universo, cuando Dios mismo Se engendra para sacarnos del aprieto y hacernos hijos Suyos.
El rosario es acariciar, cuenta a cuenta, la santidad como destino del hombre.
El rosario es un lenguaje único e inefable que Dios inventó para Su Madre.
El rosario es la pedagogía divina del Amor, de Su entidad divina.
El rosario es el regazo y la mano y los labios y el alma de la Virgen.
El rosario es un milagro que cabe en el bolsillo.
El rosario es recordarle a Dios que somos Su familia.
El rosario es adentrarse en el significado más profundo de nuestras vidas.
El rosario es el himno de los ángeles y la melodía preferida de la Santísima Trinidad.
El rosario es el prefacio de la Misa, su entraña y su acción de gracias.
El rosario es la Cruz y es la Gloria y es el Poema y es la Luz.
El rosario es la liturgia del Cielo en la tierra.
El rosario es el movimiento y la belleza de todas las galaxias.
El rosario es la pureza y la fortaleza del alma y de la Iglesia.
El rosario es la madurez espiritual de ser niño.
El rosario es la brújula que nos orienta en el camino.
El rosario es el recorrido que nos queda hasta alcanzar la paz del corazón y del planeta Tierra.
El rosario es el signo de los justos y la esperanza de todos los que vamos por detrás.
El rosario es la misericordia que Dios Se lleva entre manos...

http://www.guillermourbizu.com/2010/07/desgranando-el-rosario.html

viernes, 9 de julio de 2010

Las espinas dan rosas



La vida es un rosal que produce espinas y rosas. Debo cuidarme de no clavarme las espinas, pero no siempre lo conseguiré.



El hábito de mirar el mejor lado de las cosas es una clave para ser feliz. Claro que hay sombras, pero también hay sol. Claro que hay problemas en la vida, pero también hay soluciones.

Todas las cosas tienen el lado bueno y el lado menos bueno. Algunos se empeñan en ver sólo el lado malo, y se amargan la existencia. Otros, en cambio, buscan en todas las cosas el lado bueno, y son felices. “Los tallos de rosa tienen espinas”, dicen los pesimistas. Pero los optimistas responden: "Las espinas producen rosas”.

La vida es un rosal que produce espinas y rosas. Debo cuidarme de no clavarme las espinas, pero no siempre lo conseguiré. Algunas espinas se me clavarán en el alma. Pero eso no me impedirá disfrutar de las maravillosas rosas que produce el rosal.

Una vez que perdemos el ánimo, perdemos un cierto número de días de nuestra vida. El que nos desanima, nos hace un daño total, y, si somos nosotros mismos, nos convertimos en nuestros peores enemigos.

Todo se puede remediar, mientras dura la vida
. El ser más animoso de todos es Dios, que logra continuamente cambios de pecadores empedernidos en santos de altar. Él sabe que se puede; que hoy pueden estar las cosas negras, pero mañana pueden amanecer blancas. ¡Qué fácilmente nos damos por vencidos! Cada día más. El colmo del desaliento es la desesperación total, el darse un tiro en la sien, colgarse de una cuerda. Suicidarse, de la forma que sea, significa que no queda ni rastro de esperanza.

No todos llegan al suicidio, pero se pueden acercar peligrosamente. Y los problemas, ¿qué? Los problemas están ahí, pero yo estoy aquí, y no me dejo apabullar, porque sé que cada problema tiene por lo menos una solución. Sé que la actitud frente a un problema, la forma de reaccionar frente al mismo es mil veces más importante que el problema mismo. Hasta se podría decir: ¡Felicidades, tienes un problema!

Si puedo amar a Dios y a mis hermanos; si puedo realizar grandes cosas para mejorar el mundo; si puedo hacer felices a los demás y a mí mismo vale la pena vivir, aunque me clave alguna espina de dolor en el trayecto. Mas aún, las espinas pueden convertirse en rosas: Los sufrimientos de la vida, llevados por amor, se convierten en las rosas más bellas.

Autor: P. Mariano de Blas LC | Fuente: Catholic.net

martes, 6 de julio de 2010

Predicar a Cristo hasta los confines de la tierra




Cristo, nos conoce y nos ama, compañero y amigo de nuestra vida, hombre de dolor y de esperanza.

¡Ay de mí si no anuncio el Evangelio! Para esto me ha enviado el mismo Cristo. Yo soy apóstol y testigo. Cuanto más lejana está la meta, cuanto más difícil es el mandato, con tanta mayor vehemencia nos apremia el amor. Debo predicar su nombre: Jesucristo es el Mesías, el Hijo de Dios vivo; él es quien nos ha revelado al Dios invisible, él es el primogénito de toda criatura, y todo se mantiene en él. Él es también el maestro y redentor de los hombres; él nació, murió y resucitó por nosotros.

Él es el centro de la historia y del universo; él nos conoce y nos ama, compañero y amigo de nuestra vida, hombre de dolor y de esperanza; él, ciertamente, vendrá de nuevo y será finalmente nuestro juez y también, como esperamos, nuestra plenitud de vida y nuestra felicidad.

Yo nunca me cansaría de hablar de él; él es la luz, la verdad, más aún, el camino, y la verdad, y la vida; él es el pan y la fuente de agua viva, que satisface nuestra hambre y nuestra sed; él es nuestro pastor, nuestro guía, nuestro ejemplo, nuestro consuelo, nuestro hermano. Él, como nosotros y más que nosotros, fue pequeño, pobre, humillado, sujeto al trabajo, oprimido, paciente. Por nosotros habló, obró milagros, instituyó el nuevo reino en el que los pobres son bienaventurados, en el que la paz es el principio de la convivencia, en el que los limpios de corazón y los que lloran son ensalzados y consolados, en el que los que tienen hambre de justicia son saciados, en el que los pecadores pueden alcanzar el perdón, en el que todos son hermanos.

Éste es Jesucristo, de quien ya habéis oído hablar, al cual muchos de vosotros ya pertenecéis, por vuestra condición de cristianos. A vosotros, pues, cristianos, os repito su nombre, a todos lo anuncio: Cristo Jesús es el principio y el fin, el alfa y la omega, el rey del nuevo mundo, la arcana y suprema razón de la historia humana y de nuestro destino; él es el mediador, a manera de puente, entre la tierra y el cielo; él es el Hijo del hombre por antonomasia, porque es el Hijo de Dios, eterno, infinito, y el Hijo de María, bendita entre todas las mujeres, su madre según la carne; nuestra madre por la comunión con el Espíritu del cuerpo místico.

¡Jesucristo! Recordadlo: él es el objeto perenne de nuestra predicación; nuestro anhelo es que su nombre resuene hasta los confines de la tierra y por los siglos de los siglos.


Homilía pronunciada por el Papa Pablo VI en Manila 29 noviembre 1970
Autor: Papa Pablo VI | Fuente: Catholic.net

jueves, 1 de julio de 2010

Una tarde ante el Sagrario



Afuera todo es gran agitación, ruido de tráfico y ajetreo, de velocidad, de impaciencia...ruido de vida. ..y la Vida está aquí.

Cuando las personas tienen mucho que pensar, mucho que caminar, mucho que correr... andan ahí, Señor, ahí afuera. Desde aquí se oye el clamor del mundo. Ruido de coches, motocicletas, ruido de gran tráfico y ajetreo, de velocidad, de impaciencia. Hace mucho calor. Afuera todo es gran agitación, ruido de vida...y la Vida está aquí. En esta soledad, en este silencio, en esta semipenumbra, en esta quietud...

La nave desierta... Mármol, vitrales, imágenes... nada tiene vida, todo es materia muerta, solo hay algo que tiembla, que se mueve, que parpadea... es la lámpara roja del Sagrario. Está señalando que en ese silencio, en esa quietud, en esa gran paz está Dios. Un Dios que siendo el Rey de todo lo creado, está oculto tras unas cortinillas y una pequeña puerta. Silenciosa y humilde espera. Entrega y sumisa esperanza de un Dios que es todo amor. Mansedumbre infinita, paciencia de siglos... Locura de amor de un Dios enamorado de sus criaturas. Sólo a un Dios que muere por amor se le podía haber ocurrido semejante entrega.

Ahí estás, Señor, encerrado en todos los Sagrarios del mundo, desde los de oro y piedras preciosas, en las imponentes y majestuosas catedrales hasta los más humildes y simples de madera, en las iglesias perdidas de las sierras y en las casi legendarias misiones. Ahí te quedaste, Señor, paciente y sumiso, esperando. Porque los enamorados no pueden dejar a quien aman y tu te ibas a la Casa del Padre Celestial, a tu verdadero Reino con tu Madre, con los Santos, con los Ángeles...y nosotros aquí, solos, tropezando, cayendo perdiendo el CAMINO..., teniendo cada vez más lejano, más borroso, el recuerdo de tu paso por la tierra.

Pero no, te quedaste aquí, dando todo por nada; esperando, siempre esperando en tu gran locura de amor; para que sepamos que no te fuiste, que estás aquí, para ser nuestro alimento, carne de nuestra carne, sangre de nuestra sangre; para compartir nuestra alegría, para acompañarnos en nuestra soledad y nuestras penas.

¡Supremo amor de todos los amores que no pudo dejar solo al corazón del hombre porque sabía que tarde o temprano el corazón del hombre lo buscaría, lo necesitaría, lo llamaría... Y Él, sin pérdida de tiempo le daría la respuesta de amor:

- Aquí estoy, siempre me quedé contigo...nunca me fui, siempre te estoy esperando..
.



Autor: Ma Esther de Ariño | Fuente: Catholic.net
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