domingo, 30 de mayo de 2010
El fenómeno religioso
Sólo tiene sentido la vida si existe algo más allá de las frágiles seguridades que encontramos en el mundo
El deseo de Dios y el fenómeno religioso han sido y son interpretados de muchas maneras y según perspectivas diferentes. El número de teorías formuladas para comprenderlos es tan amplio que resulta casi imposible hacer una presentación adecuada de las mismas.
Más allá de tantas interpretaciones y de tantos estudios, hay clara constancia de que la religión sigue en pie después de miles y miles de años de historia humana. Encontramos personas religiosas, que buscan a Dios apasionadamente, en todas las clases sociales, en todos los rincones del planeta, entre quienes han realizado estudios universitarios y entre quienes no han entrado nunca en una escuela.
También es verdad que no pocos seres humanos viven sin ninguna religión, ya sea porque han aceptado, desde sus reflexiones, la no existencia de Dios; o porque han optado por un modo de vivir que deje de lado (sin afirmarla o sin negarla) la hipótesis “Dios”; o porque simplemente han nacido en un hogar y en un ambiente donde no había la menor huella de Dios.
El pluralismo de religiones hace más complejo el panorama. Algunos hombres religiosos consideran que su religión ha sido creada directamente por Dios, a través de alguna manifestación concreta (apariciones, inspiraciones, luces en el corazón de mensajeros). Los cristianos han afirmado, con un modo revolucionario de pensar, que el mismo Dios, en la Persona del Hijo, se hizo hombre, habló y actuó en un lugar y en un tiempo concreto de nuestra historia.
Otros seres humanos viven una religiosidad desligada de los grupos, de las reglas y de los dogmas “tradicionales”. Buscan caminos personales con la esperanza de dejar espacios abiertos al anhelo interior hacia algo distinto y superior, que eleve el corazón más allá de lo que los ojos ven y los oídos oyen, para alcanzar así experiencias profundas de “Algo” que no acaban de definir del todo. Algunas formas de lo que se llama New Age son precisamente modos “novedosos” y más o menos des-institucionalizados de encontrarse con lo divino.
El panorama del mundo religioso es, por lo tanto, complejo. Existe el peligro de llegar a pensar que valen lo mismo todas las respuestas, por muy diferentes que parezcan. Ser creyente o ser ateo, ser budista o ser musulmán, ¿qué más da? Bastaría con que cada uno acoja las ideas que prefiera y luego se comporte correctamente (no mate, no robe, y pague puntualmente los impuestos).
Pero una respuesta como anterior no satisface al corazón humano. Porque para un creyente de verdad no basta con adherirse a unos dogmas y a unas prácticas, sino que existe un deseo insuprimible de que lo que piensa y vive sea verdadero; es decir, quiere que la religión que sigue le permita relacionarse realmente con Dios y avanzar hacia el encuentro definitivo con él.
No podemos afrontar, por lo tanto, el fenómeno religioso desde una perspectiva relativista según la cual todo vale lo mismo. Lo explicaba el entonces cardenal Joseph Ratzinger (hoy Benedicto XVI) en una entrevista concedida a finales de 2003:
“No se puede decir que [las religiones] son caminos equivalentes porque están en un diálogo interior, y naturalmente me parece evidente que no pueden ser medios de salvación cosas contradictorias: la verdad y la mentira no pueden ser de la misma forma vías de salvación. Por ello, esta idea sencillamente no responde a la realidad de las religiones y no responde a la necesidad del hombre de encontrar una respuesta coherente a sus grandes interrogantes” (Zenit, 16-12-2003).
El corazón del hombre busca la verdad, la belleza, el bien. O, para ir más a fondo, y parafraseando a san Agustín, busca la verdadera belleza, la bella verdad, el bien hermoso y verdadero.
Sólo tiene sentido la vida si existe algo más allá de las frágiles seguridades que encontramos en el mundo moderno, o de las profundas heridas que producen los acontecimientos más dramáticos de la existencia humana.
Nuestro corazón necesita, pide, el encuentro con Alguien que pueda salvarnos, desde la verdad, con su amor, con su misericordia. Necesitamos a Dios, y a un Dios que venga y busque a su creatura. Ese es uno de los núcleos más profundos de la experiencia humana, ese es el sentido pleno de la auténtica experiencia religiosa de todos los tiempos
Autor: P. Fernando Pascual | Fuente: Catholic.net
viernes, 28 de mayo de 2010
¿Por qué estoy en el mundo?
Cada día es una nueva vida que me ofrece Dios al despertar. Gracias debiera ser la primera palabra con la que abrimos los ojos.
Estoy en este mundo porque Dios me creó, porque me quiere. Y así he vivido 20, 30, 40 o más años, envuelto, cobijado por su amor. Me creó para algo importante, no para el egoísmo. No para la mediocridad, menos todavía para la desdicha. Me creó para ser feliz aquí y allá, para ser útil, para hacer algo útil.
A estas alturas de la vida, ¿cómo habré realizado el sueño de Dios? ¿Qué sentido tiene para mi la vida? Soy su criatura, todo es regalo de Dios en mí, existo de favor y de cariño de un Creador, y los siguientes días de mí vida seguiré viviendo por el cariño de mi Creador.
Hay un Ser que mantiene en movimiento mi corazón, que tiene encendida mi inteligencia, que mueve mi voluntad.
Decía un famoso convertido: "Desde hace 25 años la realidad mas radiante de mi vida es esta: Dios existe y me ama". Eso, tu y yo lo podemos decir con idéntica razón.
Hoy quiero doblar mi rodilla ante mi Hacedor, y recordarme a mí mismo lo que quizá tenía olvidado: "No tengo nada, no soy dueño de nada, ni de mi cuerpo, ni de mi inteligencia, ni del día que estoy viviendo, ni de la tierra que piso. Todo esto es "made en heaven", todo esto es don del Cielo, todo es regalo".
¡Gracias! tendría que ser una de las palabras más repetidas, más maravillosas que debería decir todos los días, todas las horas; gracias al amanecer, gracias al medio día, gracias al atardecer, gracias por este día, por los días que están por venir.
Quiero agradecerte dentro de ese templo hermosísimo, impresionante que es tu Creación: "El mundo".
"Sabemos que el universo es el mejor libro para estudiar a Dios, sabemos que la bóveda del cielo en una noche estrellada es el mejor claustro para hacer oración, hemos escuchado la infinitamente bella sinfonía de las flores, de las estrellas, del paisaje, de los amaneceres, de las noches de luna precedidas por crepúsculos perfumados por la pureza de las flores silvestres; a los que poseemos el don de la fe, todo esto nos da un auténtico sentido de seguridad personal, un equilibrio y una armonía casi perfecta en ese otro pequeño infinito universo de nuestro humilde ser.
Pero, con qué mirada tan diversa miran el mundo lo que viven sin fe. Ni las estrellas, ni el paisaje, ni la aurora, ni el crepúsculo, ni las noches de luna, dicen nada a su alma; viven soñando en su grandeza, poseídos de su autosuficiencia, esforzándose por crear cada día su felicidad personal, hasta que una mañana, o una noche, se dan cuenta que no son verdaderamente felices, porque en el universo de su ser, hay algo que rompe la armonía dejándolos con un vacío inconmensurable.
No pueden apoyarse en su inteligencia, ni en su belleza, ni en sus placeres, porque todo es una sombra inconsistente. Ríen y ríen... pero nada más, porque la risa no solo es símbolo de felicidad sino también máscara de tragedia; contemplan sin cambio de ritmo los días y las noches, las estaciones y los años. Su alma creada para el infinito no tiene más salida que anclarse en la monotonía existencial, el descanso aparente, la indiferencia, la pasividad, el disgusto y la íntima amargura".
Cada día es una nueva vida. Una nueva vida me ofrece Dios al despertar. Gracias debiera ser la primera palabra con la que abrimos los ojos.
Autor: P. Mariano de Blas LC | Fuente: Catholic.net
miércoles, 26 de mayo de 2010
Dios, meta definitiva del vivir humano
Sin Dios, la vida sería un caos sin sentido. Con Dios, cada cosa, también ese mal que nos aterra, empieza a tener significado.
La vida nos obliga a decidir, nos exige continuamente afrontar situaciones nuevas.
Lo que empezamos ayer ya ha adquirido nuevas dimensiones hoy, y quizá mañana ya no tenga casi ningún valor.
Lo que deseamos hacer mañana en muchos casos quedará en eso: un sueño irrealizado. ¿Por qué? Porque surgió una “emergencia”, o porque nos atrajo más otro proyecto, o porque simplemente nos faltaron medios, o porque dejamos que los caprichos nos llevasen de un lado a otro.
Estamos siempre en camino. Las metas inmediatas cambian muchas veces como el viento: con rapidez, sin aparente lógica, entre nubes de polvo y confusión del alma.
Entre tantas metas provisionales, buscamos un lugar donde anclar el corazón. El amor nos empuja hacia horizontes elevados, nos saca de apatías, nos exige romper con el egoísmo que encadena el alma.
La meta definitiva, el puerto donde la nave no tendrá ya zozobras, sólo puede estar en algo, en alguien, que no esté sometido al tiempo, que no esté encadenado a los átomos, que no tenga que mendigar consuelos, que dé simplemente porque es bueno, grande, eterno.
Un ser así, ¿existirá? ¿O soñamos en Alguien, Dios, que sólo existe en la mente de los niños y de algunos adultos que creen en la existencia de los cielos? ¿Podemos esperar en el Amor de un Ser superior, en la Bondad de un Padre que vela por sus hijos, en la ayuda del único que puede despertar conciencias, perdonar pecados, devolver la paz a los espíritus?
Sin Dios, la vida sería un caos sin sentido. Con Dios, cada cosa, también ese mal que nos aterra, empieza a colocarse en un lugar concreto y a tener significado.
Entonces es posible la esperanza. Tomamos el arado, con la ayuda de Dios, para reiniciar la lucha por lo bueno, mientras transcurren instantes fugitivos que nos acercan al mundo de lo eterno.
Autor: P. Fernando Pascual LC | Fuente: Catholic.net
lunes, 24 de mayo de 2010
Vive el momento presente ... para la eternidad
El valor de nuestro tiempo se lo damos nosotros. Todos los instantes de nuestra vida son aprovechables.
Vive el momento presente ... para la eternidad
El hecho de ser, de estar presentes en esta vida, de poder disponer de un tiempo que se nos da, trae consigo una responsabilidad de infinitas dimensiones que muchas veces no queremos o no sabemos aquilatar.
Estamos conscientes de que solo el presente, el momento presente nos pertenece. El pasado lo vivimos, si, pero se nos fue como agua entre las manos dejándonos tan solo la humedad perfumada de un grato recuerdo o de un triste llanto. Se nos fue como el viento que pasa y pasa para no regresar jamás. Los instantes, las horas, los años vividos se fueron y no volverán. El futuro es tan incierto como el más grande de los misterios. Indescifrable e impenetrable
No nos pertenece el mañana, ni siquiera el próximo minuto, que tan solo será nuestro si alcanzamos a vivirlo. ¿Y qué hacemos con nuestro tiempo? Ese, el del momento presente, el que Dios nos está regalando gota a gota, hora tras hora, día tras día... ¿Cómo empleamos nuestro tiempo.? A veces dejamos transcurrir esas horas, horas que no volveremos a tener, sin hacer nada, con una dejadez tonta, con un desperdicio imperdonable y falto de cordura.
Pensemos frecuentemente en esto: el gran tesoro del tiempo lo tenemos en nuestras manos. Es el momento presente el que no se nos puede ir sin darle su valor y de muchos presentes hacemos nuestro pasado y también estamos haciendo un puente hacia ese futuro que está por llegar. Ese puente que nos va a conducir a la eternidad.
El valor de nuestro tiempo se lo damos nosotros. Si empleamos ese tiempo en crecer espiritualmente, en ser mejores, en ir limando las aristas de nuestro carácter y temperamento con las que lastimamos a los que nos rodean, ese tiempo será rico, lleno de paz y de alegría.
Será de un extraordinario valor si no lo usamos con la avaricia de vivirlo para nosotros solos, sin que generosamente se lo obsequiemos a los demás. Así ese tiempo jamás será un desperdicio y cuando nos hayamos ido siempre habrá alguien que nos recordará porque llevará en su vida el regalo de nuestro tiempo, el regalo de nuestra propia existencia.
Todos los instantes de nuestra vida son aprovechables.
No los malgastemos en críticas malsanas, en chismes, en arropar rencores, en maldecir con envidia la suerte de otros, en herir de obra o de palabra, en lastimar sentimientos o menospreciar al más débil
Por el contrario, valoremos y amemos esos instantes presentes para vivirlos con intensidad, con profundidad, haciéndolos fecundos dándoles su justo valor enriquecidos por la fe y la confianza en Dios y repartiéndolos siempre entre nuestros semejantes.
Somos dueños de nuestro tiempo, pero no olvidemos que daremos cuenta de él cuando ese tiempo se termine y empiece la ETERNIDAD.
Autor: Ma Esther De Ariño | Fuente: Catholic.net
sábado, 22 de mayo de 2010
¿Uno representa a todos?
Si un secretario de banco hace un desfalco, no todos los secretarios de banco son ladrones.
Si un jefe de obras no paga lo justo a sus obreros, no todos los jefes de obras son injustos explotadores de sus trabajadores.
Si un sindicalista engaña a sus compañeros de sindicato, no todos los sindicalistas son mentirosos.
Si un político hace promesas electorales que sabe nunca cumplirá, no todos los políticos buscan encandilar a los votantes.
Si un esposo no es fiel a su esposa, no todos los esposos son infieles. Y si una esposa no es fiel a su esposo, no todas las esposas son infieles.
Si un musulmán comete un acto arbitrario de violencia, no todos los musulmanes son agresores injustos.
Si un médico católico comete abortos, no todos los médicos católicos hacen abortos. Si un médico ateo usa a enfermos para experimentos agresivos, no todos los médicos ateos actúan abusivamente sobre sus pacientes.
Si un profesor vende las preguntas de los exámenes a sus alumnos, no todos los profesores se dejan sobornar por un poco de dinero.
Si un alumno copia en los exámenes, no todos los estudiantes hacen trampas en las pruebas académicas.
Si un periodista “compra” información reservada para hacerla pública, no todos los periodistas usan métodos ilícitos para lograr datos novedosos y tener “exclusivas” sensacionales.
Si un ganadero mezcla agua en la leche, no todos los ganaderos adulteran sus productos.
La lista podría ser mucho más larga, casi infinita. Expresa simplemente algo obvio: lo que hace una persona de una determinada categoría profesional o de un grupo más o menos identificable de seres humanos no representa ni explica lo que hacen todas las personas de esa categoría o de ese grupo.
Aunque se trata de algo obvio, parece que lo olvidamos con frecuencia. Hubo un tiempo en el que se consideraba que ciertos tipos de hombres o de mujeres eran todos asesinos, o ladrones, o usureros, o enemigos peligrosos. Incluso se llegó, en ocasiones, a perseguir a miles, millones de seres humanos, simplemente por ser de una raza o de una religión declarada como peligrosa, o por llevar los cabellos largos, o por tener una nariz “sospechosa”.
Lo que ocurrió en el pasado puede ocurrir en el presente si olvidamos una ley sencilla de la buena reflexión y de la justicia: nunca podemos catalogar ni condenar a grupos humanos por lo que algún miembro de esos grupos haya podido realizar.
La responsabilidad ética, las buenas obras o los delitos, son siempre actos individuales. Incluso las “culpas colectivas” sólo tienen cierto sentido para todas las personas de una ciudad o de un estado que saben, ven, oyen o escuchan lo malo cometido por otros y luego no hacen nada para evitar las injusticias. En cambio, no podemos hablar de “culpas colectivas” en quienes no tienen la menor idea de lo que ocurre, por ejemplo en quienes desconocen que a pocos metros de su casa hay una clínica de abortos.
Es necesario recordarlo, para construir un mundo un poco menos desquiciado, sin condenas arbitrarias, con menos cazadores de brujas y con más personas sensatas y dispuestas a defender la buena fama de inocentes
Autor: Fernando Pascual | Fuente: A&A
lunes, 17 de mayo de 2010
¿Después de la Ascensión, qué?
¡No podemos quedarnos mirando al Cielo! Ahora nos toca ser las manos y pies de Cristo.
Después de la Ascensión ya no va a ser Jesús el que anuncie la Buena Nueva. Ahora nos toca a nosotros, sus discípulos, hacerlo. Los Sacerdotes predicando(sobre todo)con la palabra, los laicos predicando(sobre todo) con el ejemplo, los padres de familia predicando con la palabra y el ejemplo.
Después de la Ascensión ya no va a ser Jesús el que compadezca a los pobres y lo enfermos. Ahora nos toca a nosotros.
Después de la Ascensión ya no va a ser Jesús el que multiplique los panes y los pescados para alimentar a las multitudes. Esa es ahora nuestra tarea, multiplicando nuestros esfuerzos para dar de comer sino a las multitudes, por lo menos a los pobres que podamos.
Después de la Ascensión ya no va a ser Jesús el que cuide a sus ovejas. Ahora nosotros tenemos que velar por ellas, especialmente por aquellas (el cónyuge, los hijos, los hermanos, los trabajadores) que Dios nos ha encomendado a cada uno.
Después de la Ascensión a nosotros nos toca ser la voz de Jesús para alentar y consolar. Sus manos para tenderlas a todo el que necesite ayuda. Sus pies para llevarlo a donde no lo conocen.
Después de la Ascensión:
¡No podemos quedarnos mirando al Cielo!
Autor: Karime Alle | Fuente: Catholic.net
Imagen:www.tradicioncatolica.com/images/ascension2.jpg
viernes, 14 de mayo de 2010
No me da la gana dejar de hablar de Dios
Me dicen que ya no escribo casi sobre literatura, que debería poner más libros sobre mi escritorio. O unos cuentos. Me dicen que desde hace un tiempo sólo escribo sobre asuntos de fe o religiosos, que no hago otra cosa que tratar sobre el alma y su Cristo. Me dicen que me pongo muy confesional y eso, que si la santidad o cualquiera de todas esas virtudes tan remilgadas. Me dicen que puede que el personal se aburra de tanta monserga, o que no le interese leer asuntos que al fin y al cabo son íntimos de cada uno y punto. Me dicen que es un exceso y que me vaya olvidando de ser alguien en esto de las letras, a quién se le ocurre estar continuamente mentando a Dios, que una cosa es una cosa y otra muy distinta enfatizar tanto lo divino. Vamos, que debería tratar a Dios en privado, guardármelo escondido y dejar el cielo para los poemas.
Pero qué quieren que les diga. No me da la gana. Así de sencillo y libérrimo. Creo que es hora de sacar un poco la cara por Dios y por lo bueno. Es hora de proclamar sin ambages que uno reza y que puede ser santo escribiendo palabras, o vendiendo en Zara, o limpiando las aceras. ¿Saben?, llega un momento que la cobardía cansa, y cansa la vergüenza, y cansa una vida sin alma. Y por lo tanto una literatura sin alma (¿sin alma hay literatura, hay vida que viva?). Te das cuenta que tus días, sin el amor de Dios, pasan sin más -como esos ríos manriqueños-, sin dejar un rastro que merezca la pena. Y te decides a tomarte tu fe en serio. Al menos a intentarlo. Y te trae al pairo lo que digan los demás, bendita liberación. ¿Cómo puedo ignorar a mi Padre en lo que hago y digo? ¿Cómo puedo ir por el mundo sin proclamar con orgullo que soy hijo de Dios? ¡Pero si dio por mí Su Vida!
Pasar por alto a Dios sería una villanía por mi parte. Y una estupidez. Soy testigo de Su misericordia. Sé lo que digo. Por ello me parece de ley ser agradecido, ser coherente. Debo escribir de lo que amo, de lo que me hace feliz. Aunque en ocasiones se cruce de por medio la borrasca del dolor o la tibieza, o el temporal de la angustia, y también lo escriba. Miras al Crucificado, hecho un guiñapo y Hostia, y vas aprendiendo incluso a amar ese dolor que llega y llaga y purifica. Por amor. Tu vida entera se transforma. Y vives de otra manera. Por amor. Y escribes de otra manera. Por amor. Y trabajas de otra manera. Por amor. Y la historia universal es su destino eterno o no es nada en absoluto (como la historia de la literatura universal). Y llegado el momento -lo he visto, lo he visto- se muere también de otra manera. De puro amor.
Debemos ir derechos al alma. Hablar del diálogo con Dios que es la belleza o la familia o etcétera (verdadera oración). Sin miedos. Que ya está bien de mentiras y demás ácida propaganda de odio y cenizas. Derechos, derechos al alma del hombre. Donde radica la esencia y la metafísica, y la poesía y la inteligencia. Donde se inicia la gran aventura de la vida. Y desde el alma progresar en el amor que nos conforma y conforta. Y contarlo. Con esa caligrafía imperfecta que es nuestro devenir cotidiano. Somos hechura Suya (Efesios 2, 10), ¿cómo soslayar Su Presencia y Providencia? Yo no puedo evitar escribir de lo que amo, de lo que llevo en el corazón, de lo que vivo. Y de esta sed de infinito que me trae loco.
http://www.guillermourbizu.com/2010/05/no-me-da-la-gana-dejar-de-hablar-de.html
martes, 11 de mayo de 2010
Ya lo creo que Dios habla
Ya lo creo que Dios habla
Me iba a poner a escribir, pero me reclama Dios, no puedo decirlo de otra manera (y no me lo invento). “¿Te olvidas de mí? ¿No Soy Yo Lo Primero en tu día?”. Lo eres, lo eres, perdóname. Cualquier cosa me parece más importante. No aprendo Dios mío, no aprendo. Ten piedad de mí.
“Soy Yo el que importa, el que vive en ti, el que te espera. ¿No sientes en tu alma Mi Presencia, la urgencia que tengo de tu amor? Quisiera que fueras más mío, que me lo entregaras todo”.
Señor, aunque en diez minutos me olvide de Ti, quiero entregártelo todo, quiero entregarte hasta mi propio olvido si es posible. Toda mi vida es Tuya, ya lo sabes. ¿Qué harás con ella? “Hijo mío, no deseo otra cosa que estar contigo; por favor no Me apartes de ti, cuéntame en tu oración lo más íntimo de ti, y Yo te transformaré en Mí y haré de tu alma un espléndido jardín donde acudiré a descansar”.
Mira Jesús, mira cómo sale el sol; es Tu bendición al mundo. Te ofrezco toda esa belleza, y te ofrezco los versos de los poetas que ahora estarán escribiendo una parte del brillo de esa Luz…
“Hijo mío, ¿me quieres de verdad?”.
Sabes que sí, sabes que no soy ningún santo, pero te quiero, y quisiera quererte más si me ayudas. “Son muchos los que no Me quieren, los que Me flagelan todavía y Me insultan y se ríen”. “También son muchos los que dicen que Me quieren con la boca pero su alma está lejos de Mí”.
Yo también me porto mal, me conoces de sobra, no soy ningún buen ejemplo para nadie, me da vergüenza. Ahora mismo, mientras me hablas Jesús mío -yo sé que eres Tú- estoy pensando en lo que tengo que escribir y leer, estoy pensando en la declaración de hacienda, estoy pensando en las notas de Jaime, estoy pensando en mi padre que vive solo...
“¿Crees que no conozco esos pensamientos? ¿Crees que no te miro cuando lees y que no te escucho cuando me pides por las almas de los escritores y artistas? ¿Crees que Jaime es más hijo tuyo que Mío? ¿Crees que no estoy con tu padre, al que cuido con toda Mi ternura? Me ocupo de ti y de tu corazón. Nunca me cansaré de llamarte hijo, hijo mío”.
No sé qué decirte Dios mío. Darte las gracias ¡es tan poco! “Pues Yo quiero que Me lo digas más veces, que no te canses nunca”.
http://www.guillermourbizu.com/2010/05/ya-lo-creo-que-dios-habla.html
(Me encanta, parece sacadas de mi corazón,aunque son palabras de Don Guillermo sacadas de su páginas, expresan lo que siento... ya me animaré a escribir mis pensamiento :) Magda)
sábado, 8 de mayo de 2010
María y un seminarista en Nazaret
Pide por todos los seminaristas, para que, en medio del ruido del mundo, puedan escuchar la voz de María que los acompaña.
Durante la misa, nuestro Obispo es asistido en ella por un sacerdote, dos monaguillos y un seminarista de quien, y por casualidad, apenas sé su nombre.
Me pregunto, Madre querida, cuál habrá sido el camino que debió recorrer ese joven para llegar hasta...
- Hasta un especial sitio en mi Inmaculado Corazón.- Me respondes mientras le miras desde tu imagen del altar.
- Madre, por caridad, cuéntame lo que él y tantos como él, significan para ti.
Tu imagen de La Dolorosa, al pie de la Cruz, y junto a San Juan, parece murmurar una respuesta. Así es Madre, tu siempre eres para tus hijos, respuesta serena al alma.
- Verás, hija, desde aquellos tiempos en que veía a los Apóstoles ir recorriendo lentamente los caminos que Jesús les mostraba. Desde que aprendí a conocer sus dudas, sus preguntas, sus renuncias. Desde aquellos días mi corazón ha ansiado ser compañera de camino en quienes entregan su vida al servicio de Dios. Ese camino que empezó, para mí, el día de la Anunciación, en medio de un indescriptible gozo, pero que continuó, más tarde, en medio del silencio y la rutina de Nazaret.
- Comprendo, Madre, o casi... pero, a ellos, a nuestros seminaristas, ¿Cómo les acompañas?
- Cuando un alma escucha el llamado de Dios y responde, le invito a compartir mi alegría en el día de la Anunciación. Luego, le acompaño fielmente en las dificultades que debe afrontar, pues les espera un viaje a Belén, no programado, y muchas puertas que han de cerrarse. Tendrá una Nochebuena con canto de ángeles y también un Simeón anunciando espadas. Deberá buscar, en medio de tantas noches oscuras, un sitio seguro para resguardarse de las tentaciones. Oh! Hija, no puedes imaginar cuán hermoso, sereno y perfumado, es el sitio que tengo reservado para ese amado hijo.
-Es ¿Tu Corazón? O sí, seguro ha de ser tu Corazón, Madre querida. Allí tienes, para el alma, una exquisita ternura, un refugio seguro en las tormentas del alma, y, sobre todo, el camino más corto, seguro y fácil para llegar a Jesucristo.
-Así es hija. Desde mi corazón, le llevaré a los días en que Jesús se perdió y yo le buscaba. Le contaré que muchas veces deberá hacer esta búsqueda a lo largo de su vida. Después, le traeré conmigo a los días de Nazaret, al silencio, a lo cotidiano, a las pequeñas cosas.
- Entonces, Madre, un seminario ¿Es como un pequeño Nazaret?
- Pues... sí.
- Y, si es Nazaret, entonces ¡estas tú!. Siempre, cada día, cada mañana.
- Cada mañana- y tus ojos parecen recorrer todos los seminarios del mundo-, cada mañana le pregunto, si quiere permanecer junto a mí en Nazaret. Y su "sí" me alegra el alma. Y nos vamos juntos a buscar agua al pozo. Él alivia mis cansados brazos y yo le sirvo agua fresca cuando estudia en la biblioteca. También me ayuda a cargar la leña y encender el fuego y yo le regalo gracias a su alma, para que su oración no sea una simple repetición de palabras sino un torrente de amor que, desde su corazón, llegue al Corazón de Jesús.
Miro hacia el altar y allí, en un rincón, en un Nazaret de silencio, el joven seminarista se arrodilla durante la Consagración.
- Hija mía- susurras a mi corazón- ahora soy yo la que quiere pedirte algo.
- Dime, Madre, dime, pues mi corazón halla gozo en servirte.
- Ora, hija, ora por ese joven y por todos los seminaristas. Ora para que, en medio del ruido del mundo, puedan escuchar el canto del viento de Nazaret, el perfume de aquel hogar, que ahora habitan. Ora para que, cada mañana, su corazón elija, nuevamente, acompañarme al Corazón de Jesús, de donde brotan ríos de agua viva.. Ora para que sientan mi mano en la suya, mi abrazo en la noche oscura del alma, mi compañía en cada día, en cada alegría, en cada soledad, en cada pena. ¿Puedo, hija, contar con tus oraciones?.
-Sí, Madre, sí, y perdóname por no habértelas ofrecido antes. Perdóname por haber esperado, cómodamente, que siempre haya un sacerdote en la parroquia, sin haber pensado que, para hallarlo, primero debió existir un seminarista que, cada mañana, eligió ser tu compañero en Nazaret. Que sintió tu mano, cuando yo sólo le regalaba olvido, que sintió tu abrazo, cuando yo ni siquiera me preocupé por saber su nombre.
La misa ha terminado. Todos se han retirado. El joven seminarista atiende los pequeños detalles para la siguiente misa. Ahora sé que está contigo en Nazaret, ordenando la casa, esperando a Jesús.
Te regalo, Madre, mi oración por él. Regálale tu, todo el perfume de Nazaret.
NOTA DE LA AUTORA "Estos relatos sobre María Santísima han nacido en mi corazón y en mi imaginación por el amor que siento por ella, basados en lo que he leído. Pero no debe pensarse que estos relatos sean consecuencia de revelaciones o visiones o nada que se le parezca. El mismo relato habla de "Cerrar los ojos y verla" o expresiones parecidas que aluden exclusivamente a mi imaginación, sin intervención sobrenatural alguna."
Autor: Ma. Susana Ratero | Fuente: Catholic.net
miércoles, 5 de mayo de 2010
EL HOMBRE DEL DOLOR HABLA DE ESPERANZA (S.S. Benedicto XVI)
Fuente: H2Onews
Papa: En la Sábana Santa el Hombre del Dolor habla de esperanza
03/05/2010 (1:57)
En un silencio vibrante se llevó a cabo la visita de Benedicto XVI a la catedral de Turín para venerar la Síndone. El Papa permaneció un largo tiempo frente al rostro que interroga al hombre sobre el dolor inocente. "En nuestro tiempo, especialmente después de haber atravesado el siglo pasado, dijo el pontífice, la humanidad se ha vuelto particularmente sensible al misterio del Sábado Santo. El ocultamiento de Dios hace parte de la espiritualidad del hombre contemporáneo, de manera existencial, casi inconsciente, como un vacío en el corazón que se ha extendido cada vez más". Benedicto XVI pensó, particularmente, en dos conflictos mundiales; en los lager y en los gulag, en Hiroshima y Nagasaki. Pero a todo este horror, el Papa contrapuso un símbolo luminoso, que es la esperanza que no tiene límites:
Benedicto XVI: "Dios, haciéndose hombre, llegó al punto de entrar en la soledad extrema y absoluta del hombre, en donde no llega ningún rayo de amor, en donde reina el abandono total sin ninguna palabra de consuelo". "En el reino de la muerte resonó la voz de Dios. Sucedió lo impensable, es decir, que el Amor penetró "en los infiernos"; incluso en la oscuridad extrema de la soledad humana más absoluta podemos escuchar una voz que nos llama y encontrar una mano que nos toma y nos conduce afuera. El ser humano vive por el hecho de que es amado y puede amar".
Y es por esto que desde el 10 de abril pasado, miles de peregrinos acuden cada día a la Catedral para mirar de nuevo al Hombre de los Dolores. Porque en ese rostro hecho trizas de dolor "no ven sólo la oscuridad, sino la luz; no tanto la derrota de la vida y del amor, sino más bien la victoria, la victoria de la vida sobre la muerte, del amor sobre el odio".
http://arvo.net/nuestros-temas-de-hoy/el-hombre-del-dolor-habla-de-esperanza/gmx-niv902-con17856.htm
martes, 4 de mayo de 2010
No hagamos raro lo cristiano
No hagamos raro lo cristiano Orgullosos de ser lo que somos y levantando bien alto el pabellón de nuestros ojos enamorados de Dios
Entrar en las iglesias está muy bien, rezar a Dios con devota costumbre es algo fenómeno (y de lo más necesario), enternecerse con el repique de las campanas o el incienso o un párrafo ascético es un buen signo, gustar de estampas y novenas o pulseras de imágenes de santos o coleccionar rosarios o devocionarios o hacerse un tatuaje de san Teobaldo pues resulta estupendo, frecuentar la compañía de benditos sacerdotes nunca está de más, ponerse un capirote en Semana Santa y sacar en procesión el alma o el folklore (que eso depende de cada uno) a mí me emociona, y adentrarse en tinglados eclesiales o pastorales es una clara postura de sacar la cara por Cristo, y yo lo admiro. Sí, todo eso está muy bien. Y muchas más cosas que olvido ahora y que son maravillosas en la riquísima variedad de formas y maneras de amar a Dios.
Pero, al menos yo, siempre he sentido el impulso de no hacer raro lo cristiano, porque no lo es (y tampoco digo que lo que he dicho antes sea por completo raro). De hacerlo más natural y vivo y cotidiano. De no orillarlo en los reclinatorios, o en los pasos, o en los etcétera de las capillas. Siempre he sentido la urgencia de cristianizar la calle, la universidad, la compra, los bares y sus aperitivos, la literatura y lo más mío, a base de avemarías o de un diálogo fluido con Dios. Con mi vocabulario. Y le hago partícipe a Dios del tráfico, de mis cabreos, de esa chica y su belleza, de las noticias, de mi pereza… Todos los días y a todas las horas. Él y yo. Que lo que yo haga o diga no reniegue de Cristo. Siendo un tipo normal, sin rarezas. Sin un empacho de cosas pías o prosapias clericales.
La verdadera piedad siempre me ha parecido, pues eso, mi vida corriente en la intimidad de Dios. Entera. No sólo un aspecto o un tiempo o un paréntesis. No. Toda ella en unidad de vida y de entrega. En el templo donde me muevo, que es el mundo. Y eso es lo que más atrae, sin dudarlo. Soy lo que soy: mi familia, mi trabajo, mis amigos, mis lecturas, mis artículos de prensa. Y mis meteduras de pata y los malos versos. Cristo no es raro, lo hacemos raro nosotros, con rocambolescas acciones y aburridas caricaturas y estrambotes. Y sobre todo lo hacemos raro con nuestra incoherencia de hechos y esa extraordinaria laxitud para lo divino. Yo el primero. O siendo unos plastas monotemáticos, o creyéndonos siempre los reyes del mambo. Y las almas se espantan. ¿Qué esperábamos? ¿Qué espero? ¿Qué haría yo? Pues lo mismo: irme lo más lejos posible de esa persona que cada vez que me ve me suelta un sermón o insiste en pesados ardides y soflamas que ya imaginan ustedes.
El católico no se hace el normal o el simpático. El católico es normal y puede ser simpático (no todos tiene ese don, los hay que son más serios o tiesos, o hasta insoportables, como todo quisque). Nada más lejos de la piedad que la piadositis, nada más lejos de la santidad que la santurronería. El que atrae es Cristo, no nosotros, no yo, que soy la mayoría de las veces un estorbo. Y Cristo quiere unos cristianos alegres, poetas de su trabajo, zambullidos en su familia y demás relaciones sociales. Y en medio de todo y de todos hacer oración y vivir de fe. En esa reunión o en los semáforos. Con gracia humana y con gracia divina. Sin esforzarnos por parecer lo que no somos, o disimular el alma entre los avatares de la jornada. Todo lo contrario. Orgullosos de ser lo que somos y levantando bien alto el pabellón de nuestros ojos enamorados de Dios. Esa mirada limpia, que por si sola es toda una catequesis. Esa mirada católica, tan moderna, tan inconformista. Esa mirada que sólo con mirar reza y comprende, e imanta a muchas otras para seguir los pasos de Cristo.
Autor: Guillermo Urbizu | Fuente: www.guillermourbizu.com
sábado, 1 de mayo de 2010
San José, hombre de trabajo
Fiesta de San José Obrero. Todos los trabajadores están invitados hoy a mirar el ejemplo de este "hombre justo".
"Lo que hacéis, hacedlo con toda el alma, como para servir al Señor... Servid a Cristo Señor" ( Col 3, 23 s.).
¿Cómo no ver en estas palabras de la liturgia de hoy el programa y la síntesis de toda la existencia de San José, cuyo testimonio de generosa dedicación al trabajo propone la Iglesia a nuestra reflexión en este primer día de mayo? San José, "hombre justo", pasó gran parte de su vida trabajando junto al banco de carpintero, en un humilde pueblo de Palestina. Una existencia aparentemente igual que la de muchos otros hombres de su tiempo, comprometidos, como él, en el mismo duro trabajo. Y, sin embargo, una existencia tan singular y digna de admiración, que llevó a la Iglesia a proponerla como modelo ejemplar para todos los trabajadores del mundo.
¿Cuál es la razón de esta distinción? No resulta difícil reconocerla. Está en la orientación a Cristo, que sostuvo toda la fatiga de San José. La presencia en la casa de Nazaret del Verbo Encarnado, Hijo de Dios e Hijo de su esposa María, ofrecía a José el cotidiano por qué de volver a inclinarse sobre el banco de trabajo, a fin de sacar de su fatiga el sustento necesario para la familia. Realmente "todo lo que hizo", José lo hizo "para el Señor", y lo hizo "de corazón".
Todos los trabajadores están invitados hoy a mirar el ejemplo de este "hombre justo". La experiencia singular de San José se refleja, de algún modo, en la vida de cada uno de ellos. Efectivamente, por muy diverso que sea el trabajo a que se dedican, su actividad tiende siempre a satisfacer alguna necesidad humana, está orientada a servir al hombre. Por otra parte, el creyente sabe bien que Cristo ha querido ocultarse en todo ser humano, afirmando explícitamente que "todo lo que se hace por un hermano, incluso pequeño, es como si se le hiciese a Él mismo" (cf. Mt 25, 40). Por lo tanto, en todo trabajo es posible servir a Cristo, cumpliendo la recomendación de San Pablo e imitando el ejemplo de San José, custodio y servidor del Hijo de Dios.
Al dirigir hoy, primer día de mayo, un saludo cordialísimo a todos vosotros, (...), mi pensamiento va con todo afecto especialmente a los trabajadores presentes y, mediante ellos, a todos los trabajadores del mundo, exhortándoles a tomar renovada conciencia de la dignidad que les es propia: con su fatiga sirven a los hermanos: sirven al hombre y, en el hombre, a Cristo. Que San José les ayude a ver el trabajo en esta perspectiva, para valorar toda su nobleza y para que nunca les falten motivaciones fuertes a las que pueden recurrir en los momentos difíciles.
Autor: SSJuan Pablo II | Fuente: Catholic.net
Suscribirse a:
Entradas (Atom)