martes, 1 de diciembre de 2009
Vino a cumplir la voluntad del Padre
La vida de una persona se puede edificar sobre muy diferentes cimientos: sobre roca, sobre barro, sobre humo, sobre aire...
El cristiano sólo tiene un fundamento firme en el que apoyarse con seguridad: el Señor es la Roca permanente (Isaías, 26, 5).
Nuestra vida sólo puede ser edificada sobre Cristo mismo, nuestra única esperanza y fundamento.
Y esto quiere decir en primer lugar, que procuramos identificar nuestra voluntad con la suya. No todo el que dice Señor, Señor, entrará en el reino de los Cielos, sino el que cumple la voluntad de mi Padre que está en los cielos, leemos en el Evangelio (Mateo 7,21).
La voluntad de Dios es la brújula que nos indica el camino que nos lleva a Él, y es al mismo tiempo, el sendero de nuestra propia felicidad.
El cumplimiento amoroso de la voluntad de Dios es a la vez, la cima de toda santidad. El Señor nos la muestra a través de los Mandamientos, de las indicaciones de la Iglesia, y de las obligaciones que conlleva nuestra vocación y estado.
La voluntad de Dios se nos manifiesta también a través de aquellas personas a quienes debemos obediencia, y a través de los consejos recibidos en la dirección espiritual.
La obediencia no tiene fundamento último en las cualidades del que manda. Jesús superaba infinitamente -era Dios- a María y a José, y les obedecía (Lucas 2, 51).
Cristo obedece por amor, por cumplir la voluntad del Padre, y hemos de considerar que el Señor se hizo obediente hasta la muerte, y muerte de cruz (Filipenses 2, 8).
Nosotros para obedecer debemos ser humildes, pues el espíritu de obediencia no cabe en un alma dominada por la soberbia.
La humildad da paz y alegría para realizar lo mandado hasta en los menores detalles. En el apostolado, la obediencia se hace indispensable:
“Dios no necesita de nuestros trabajos, sino de nuestra obediencia” (San Juan Crisóstomo, Homilías sobre San Mateo). Dios no exige que tengamos éxito, sino que le seamos fieles.
La voluntad de Dios también se manifiesta en aquellas cosas que Él permite y que no resultan como esperábamos, o son incluso totalmente contrarias a lo que deseábamos o habíamos pedido con insistencia en la oración.
Es ese el momento de aumentar nuestra oración y fijarnos mejor en Jesucristo. Especialmente cuando nos resulten muy duros y difíciles los acontecimientos: la enfermedad, la muerte de un ser querido, el dolor de los que más queremos. Dios sabe más.
El Señor nos consolará de todos nuestros pesares y quedarán santificados. Todo contribuye al bien de los que aman a Dios (Romanos 8, 28).
Pidámosle a la Virgen que en todo momento nos identifiquemos con la voluntad del Padre.
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