Toda la vida de María fue una obediencia a la fe. Contemplándola se comprende que "creer quiere decir 'abandonarse' en la verdad misma de la palabra de Dios viviente, sabiendo y reconociendo humildemente '¡cuán insondables son sus designios e inescrutables sus caminos!'[17]. María, que por la eterna voluntad del Altísimo se ha encontrado, puede decirse, en el centro mismo de aquellos 'inescrutables caminos' y de los 'insondables designios' de Dios, se conforma a ellos en la penumbra de la fe, aceptando plenamente y con corazón abierto todo lo que está dispuesto en el designio divino".[18]
"Nos falta fe. El día en que vivamos esta virtud -confiando en Dios y en su Madre-, seremos valientes y leales. Dios, que es el Dios de siempre, obrará milagros por nuestras manos.
-¡Dame, oh Jesús, esa fe, que de verdad deseo! Madre mía y Señora mía, María Santísima, ¡haz que yo crea!, que sepa enfocar y dirigir todos los acontecimientos con una fe serena e inconmovible".[19]
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