“Mientras Jesús estaba sentado a la mesa en casa..., muchos publicanos y pecadores vinieron y se sentaron con él y sus discípulos.” Intentemos comprender profundamente el acontecimiento relatado aquí. Mateo no ofreció únicamente una comida material al Señor, en su casa terrena, sino, por su fe y su amor le preparó más bien un banquete en la casa de su corazón, como lo atestigua aquel que dijo: “Mira que estoy llamando a la puerta. Si alguno oye mi voz y abre la puerta, entraré en su casa y cenaré con él y él conmigo.” (Ap 3,20)
Sí, el Señor está a la puerta y llama cuando hace nuestro corazón capaz de estar atento a su voluntad, sea por la palabra de aquellos que nos instruyen, sea por una inspiración interior. Abrimos nuestra puerta a su llamada cuando aceptamos libremente sus enseñanzas interiores o exteriores y cuando, habiendo comprendido lo que tenemos que hacer, lo ponemos en práctica. Y él entra para comer, él con nosotros y nosotros con él porque habita en el corazón de sus amigos por la gracia de su amor, para alimentarlos él mismo, sin cesar, por la luz de su presencia. Así, ellos acrecienten sus deseos y él mismo alimenta su ansia del cielo con el alimento mas dulce que existe.
San Beda el Venerable (c. 673-735)
monje benedictino, doctor de la Iglesia
Homilía sobre los evangelios I, 21; CCL 122, 149-151.evangelizo.org
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