Jesús, no quiero abandonarte, antes bien, deseo dar testimonio de ti a los hombres. Quiero darte a conocer a quienes no han oído hablar de ti. Sé que no será fácil, porque el mundo odia los que te pertenecemos, pero “Tú has vencido al mundo”, y con esa confianza, quiero aventurarme en el anuncio de tu Persona. Catholic.net
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ACI prensa

La fe es garantía de lo que se espera; la prueba de las realidades que no se ven. http://la-oracion.com

martes, 30 de junio de 2020

¡Señor en ti confío!



No desagrada para nada a Dios que, a veces, se queje suavemente con él. No tema decirle: “¿Por qué te quedas lejos, Señor? (Sal 9,22). Tú sabes que sólo aspiro a tu amor. Por caridad, socórreme, no me abandones”.

Si la desolación se prolonga y su angustia es extrema, una su voz a la de Jesús, Jesús muriendo en la cruz. Dígale, implorando la piedad divina: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” (Mt 27,46). Pero aproveche esa prueba. Primero para abajarse más, repitiéndose que no merecemos consuelo cuando hemos ofendido a Dios. Después, para avivar más su confianza, recordando que ya sea lo que haga o permita, Dios sólo tiene en vista su bien y “dispone de todas las cosas para el bien” de su alma (cf. Rom 8,28). Cuanto más la turbación y la falta de coraje lo asalten, más se debe armar de valor y gritar: “El Señor es mi luz y mi salvación, ¿a quién temeré?” (Sal 26,1). Sí, Señor, eres tú que me ilumina, eres tú que me salvarás, en ti confío, “Yo me refugio en ti, Señor, ¡que nunca me vea defraudado!” (Sal 30,2).
 
Establézcase así en la paz, con la certeza que “nadie que confió en el Señor quedó confundido” (Eclo 2,10), no se ha perdido nadie que haya puesto su confianza en Dios.


San Alfonso María de Ligorio (1696-1787)
obispo y doctor de la Iglesia
Conversando con Dios (“Manière de converser avec Dieu”, éd. Le Laurier, 1988), trad. sc©evangelizo.org

lunes, 29 de junio de 2020

«Yo he pedido por ti, para que tu fe no se apague. Y tú, cuando te recobres, da firmeza a tus hermanos» (Lc 22,32)


Cristo Mediador «no cometió pecado ni encontraron daño en su boca» (1P 2,22). ¿Cómo me atreveré a acercarme a él, yo pecador, grandísimo pecador, cuyos pecados son más numerosos que la arena del mar? Él es el más puro de todo lo que existe, y yo el más impuro... Por eso Dios me ha dado estos apóstoles, que son hombres y pecadores, y pecadores muy grandes, que han aprendido de ellos mismos y de su propia experiencia hasta que punto deben ser compasivos para con los demás. Culpables de grandes faltas, concederán fácilmente un pronto perdón a las grandes faltas y usarán la misma medida que ha servido para ellos (cf Lc 6,38).
 
El apóstol Pedro cometió un gran pecado, incluso es posible que no haya otro mayor. Recibió pronto y con facilidad el perdón de su pecado, hasta el punto que no perdió nada del privilegio de su primado. Y Pablo que había desencadenado sin límites, todo su furor contra la Iglesia naciente, es llevado a la fe al ser llamado por el mismo Hijo de Dios. Para pagar tanto mal se le llenó de tan grandes bienes y llega a ser «el instrumento elegido para dar a conocer el nombre del Señor a pueblos y reyes, y a los hijos de Israel» (Hch 9,15)...
Pedro y Pablo son nuestros maestros: han aprendido completamente del único Maestro de todos los hombres los caminos de la vida, y todavía hoy nos siguen enseñando.



San Bernardo (1091-1153)
monje cisterciense y doctor de la Iglesia
Primer sermón para la fiesta de los santos Pedro y Pablo, 1,3,5



domingo, 28 de junio de 2020

«El que os recibe a vosotros, a mí me recibe »



«El que recibe a uno de esos pequeños, me recibe a mí» dice el Señor (Lc 10, 48). Cuanto más pequeño es el hermano, más presente está Cristo en él. Porque cuando uno recibe a un gran personaje, a menudo lo hace por vanagloria; pero el que recibe a un pequeñuelo, lo hace con pura intención y sólo por Cristo. «Fui un extranjero, dice él, y me acogisteis.» Y dice aún: «Cada vez que lo habéis hecho a uno de estos pequeños, es a mi que me lo habéis hecho» (Mt 25, 35-40). Puesto que se trata de un creyente y de un hermano, ese será el más pequeño, y es Cristo quien entra con él. ¡Ábrele tu casa, recíbele!
 
«El que recibe a un profeta porque es profeta, tendrá paga de profeta.» Pues aquel que recibe a Cristo recibirá la paga de la hospitalidad de Cristo. No dudes de sus palabras, ten confianza en él. Él mismo nos ha dicho: «Soy yo quien está presente en ellos» Y para que no dudes de sus palabras, decreta un castigo para los que no lo reciben, y los honores para quienes le reciben (Mt 25, 31s) Y él no lo haría si no estuviera personalmente afectado por el honor o el menosprecio. «Tu me has recibido, dice, en tu casa; yo te recibiré en el Reino de mi Padre. Tú me has liberado del hambre; yo te liberaré de tus pecados. Me has visto encadenado; yo te haré ver tu liberación. Me has visto extranjero; yo haré de ti un ciudadano de los cielos. Tú me has dado pan; yo te daré el Reino como heredad en plena propiedad. Me has ayudado secretamente; yo lo proclamaré públicamente y diré que tú eres mi bienhechor y yo tu deudor.»



San Juan Crisóstomo (c. 345-407)
presbítero en Antioquía, después obispo de Constantinopla, doctor de la Iglesia
Homilía sobre los Actos de los Apóstoles, nº 45; PG 60, 318



Me abrazo a ti Señor


"Sólo pido de tu Misericordia, porque cuando reconozco que en ella encuentro todo, hasta mi cuerpo se olvida de comer.... deja me abrazo a ti Señor Jesús y que tu amor me alivie, amén."

Oración para tener fe y confianza en Dios.



Oh amado Señor, me despierto dándote gracias por el don de la vida y del amor. Quiero pedirte que me des hoy la capacidad de saber escucharte con el alma siempre dispuesta y con el corazón dócil y abierto a tus inspiraciones. Necesito en todo momento de tu fuerza y de tu poder para poder sentir con humildad cada una de las manifestaciones de amor con la que a diario pones a todo mi alrededor.

Quiero poder decirte con completa confianza y con gran pasión desbordante, que por Ti daría mi vida, pero luego me acuerdo de Pedro, que luego de haberte jurado que por Ti lo daría todo, sufrió de una terrible debilidad que hizo que hasta negara conocerte.

No quiero tampoco dejarme llevar ni confiar en las intenciones de mi corazón, sino que seas Tú siempre mi guía y mi bandera, pues no sea que me vea luego yo como Judas, que aún, siguiendo tu proyecto de salvación, que realizó también curaciones y expulsó demonios en tu nombre, se dejó llevar por sus malas pasiones y terminó por venderte por unas monedas de plata.

Mi Jesús, muchas veces lloro mis pecados, mis malos deseos me atormentan y angustian mi alma, soy débil, pero tu Santo Espíritu me anima a levantarme y a seguir adelante. Eres el amigo que no defrauda. Quiero ser fiel a tu amor, a tu Iglesia. Quiero confiar plenamente en la satisfacción que da tu amor que todo lo llena. Quiero tener fe para continuar.

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