NO OLVIDEMOS EN NUESTRAS ORACIONES DIARIAS A LAS BENDITAS ALMAS DEL PURGATORIO.
Ruega por las Almas del Purgatorio y las de nuestros familiares difuntos.
NO OLVIDEMOS EN NUESTRAS ORACIONES DIARIAS A LAS BENDITAS ALMAS DEL PURGATORIO.
MAYO 9
Por más que no lo quieras, en tu vida no podrás nunca prescindir del dolor; el dolor es una realidad que no depende de nosotros; se nos hace presente, queramos o no queramos; incluso se nos hace encontradizo cuanto menos lo queremos.
Pero si no podemos evitar el dolor, está en nuestras manos el saberle dar un sentido u otro, el adoptar frente a él una u otra posición, muy distinta por cierto una de otra.
Si al sufrir te enojas y protestas, con ello nada bueno consigues; solamente aumentas el sufrimiento y haces daño a tu cuerpo en su parte nerviosa y a tu espíritu en tus relaciones con Dios.
Si al sufrir aceptas el sufrimiento, le das un verdadero sentido, lo conviertes en algo positivo, eficiente, salvador y redentor de ti y de los demás; con ello te estás dignificando.
Si al sufrir llegas a amar al sufrimiento, será porque ya te ha acercado a Dios y has llegado a comprender que no es posible amar sin sufrir, ni sufrir sin amar.
"El sacrificio del justo es aceptado, su memorial no se olvidará; con ojo generoso glorifica al Señor y no escatimes las primicias de tus manos" (Eccli, 35, 6-7). El justo ha de convertir al mero dolor en auténtico sacrificio ofrecido al Señor con amor y por amor.
Padre Nuestro...
Porque el hombre que pronto saldrá al balcón central de la Basílica de San Pedro no reclama un trono, sino que abraza una cruz. No es un vencedor, sino un cordero sacrificial elegido para liderar un mundo cansado.
En ese mismo momento, podría estar en la pequeña y escondida "Capilla de las Lágrimas" junto a la Capilla Sixtina, llorando. No de triunfo, sino con asombro y temor, preguntándole a Dios: "¿Por qué yo?".
Relatará sus debilidades. Enumerará todas las razones por las que se siente indigno. Pero Dios no necesitará fuerza; Él dará misericordia.
Este hombre cargará con todo el peso del oficio de Pedro. Se cansará. Sufrirá en silencio. Envejecerá, quizás demasiado pronto. No se retirará en la comodidad. Morirá sirviendo.
Su carga será invisible para muchos, pero su alma la sentirá a diario. Cuando vean el humo blanco... oren por él. No está entrando en la gloria, sino en el sacrificio.
Una historia hermosa y piadosa que recuerda la ternura de la Creación hacia el Redentor.
Durante la Pasión de nuestro Señor Jesucristo, no solo se estremecía la tierra y los corazones humanos ante tan cruel suplicio; también los animales del cielo y de la tierra parecían guardar silencio. Las aves detuvieron su canto, como esperando en sobrecogedora quietud el desenlace de aquel trágico misterio.
Entre ellas, un pequeño pajarito de plumas blancas y alas azules no podía apartar la mirada del Hombre ensangrentado, azotado con látigos de puntas de plomo que abrían surcos dolorosos en su espalda. El ave observaba con asombro y tristeza cómo los soldados bárbaros clavaban al Salvador en la cruz y le colocaban una corona de espinas gruesas y largas, arrancadas del sicomoro, sobre su cabeza santa. Se burlaban de Él, lo golpeaban con cañas y jugaban a los dados por su túnica sin costura.
En medio de aquella crueldad, el ave notó que una espina se había desprendido de la corona y se había clavado profundamente en la frente de Jesús. Movida por compasión, voló suavemente hasta acercarse al rostro del Señor. En sus ojos encontró una súplica silenciosa. Aunque no tenía cómo pagarle, ni fuerza ni herramientas, el ave se atrevió. Con todo su valor y sus pequeñas fuerzas, tiró de la espina con su pico hasta lograr sacarla. En ese momento, un chorro de sangre le empapó la cabeza, tiñendo sus plumas blancas de un rojo profundo.
Jesús le dirigió una mirada tierna y agradecida. Aunque no pudo hablarle con palabras, su mirada decía:
“Desde ahora llevarás este color como signo de tu amor y valor. Serás príncipe entre las aves.”
En ese momento, Jesús expiró. Y desde entonces, cuenta la leyenda, el pajarito —ahora con la cabeza teñida de rojo púrpura— recibió el nombre de cardenal. Avergonzado de su mancha, fue a mirarse en el río y trató de lavarse, pero el color ya no desapareció. Comprendió que era un regalo, una marca de amor.
Por eso, aún hoy, los cardenales de la Iglesia Católica llevan sobre su cabeza una quipa púrpura, como símbolo de que son príncipes del Reino, llamados a servir con humildad a Cristo crucificado.
Espíritu Santo, alma de la Iglesia, tú que soplaste sobre las aguas del caos y diste origen a la vida, sopla ahora con fuerza sobre el Colegio de Cardenales. Ilumina sus mentes, purifica sus intenciones, y guía sus corazones hacia tu voluntad santa.
Ven, Espíritu de Sabiduría, para que elijan al Pastor según el corazón del Padre. Ven, Fuego Divino, enciende el celo apostólico en aquel que será llamado a ser siervo de los siervos de Dios.
Que no hablen los cálculos humanos, ni prevalezcan las divisiones, sino que reine la voz suave y poderosa de tu inspiración. Haz que el nuevo Sucesor de Pedro sea un signo vivo de tu presencia en medio del mundo: padre para los pobres, maestro de la verdad, profeta de esperanza y constructor de unidad.
María, Esposa del Espíritu y Madre de la Iglesia, intercede en este tiempo sagrado. Haz que en el silencio del Cónclave se escuche la voz de tu Hijo. Amén.
Amén
Cristo dijo: «!El que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí no pasará nunca sed!» (...) Y el salmista dice: «El pan que da fuerza al hombre» y «el vino que le alegra el corazón» (103,15). Para los que creen en él, Cristo es alimento y bebida, pan y vino. Pan que fortalece y refuerza (...), bebida y vino que alegra (...). Todo lo que en nosotros es fuerte y sólido, gozoso y alegre, que nos ayuda a cumplir los mandamientos de Dios, a soportar el sufrimiento, a cumplir con la obediencia y defender la justicia, todo esto lo podemos realizar gracias a este pan que es fuerza y a ese vino que es gozo. ¡Dichosos los que obran con fuerza y alegría! Y puesto que nadie lo puede lograr por sí mismo, dichosos los que desean ardientemente llevar a la práctica lo que es justo y honesto, y en todas las cosas se ven fortalecidos y alegrados por aquel que ha dicho: «Dichosos los que tienen hambre y sed de justicia» (Mt 5,6). Si Cristo es el pan y la bebida que ahora aseguran la fuerza y el gozo de los justos ¿cuánto más lo será en el cielo cuando él se dará a los justos sin medida?
Fijémonos en que, en las palabras de Cristo (...), a este alimento que permanece para la vida eterna se le llama pan del cielo, verdadero pan, pan de Dios, pan de vida (...). Pan de Dios para distinguirlo del que prepara y hace el panadero (...); pan de vida, para distinguirlo de este pan que se corrompe, que ni es la vida ni la da, sino que con trabajo la conserva y sólo por un tiempo. Aquél, por el contrario, es vida, da vida, conserva una vida que nada debe a la muerte.
Balduino de Ford (¿-c. 1190)
abad cisterciense, después obispo
El sacramento del altar II, 3 (Cfr SC 93).evangelizo.org
Salve, custodio del Redentor
y esposo de la Virgen María.
A ti Dios confió a su Hijo,
en ti María depositó su confianza,
contigo Cristo se forjó como hombre.
Oh, bienaventurado José,
muéstrate padre también a nosotros
y guíanos en el camino de la vida.
Concédenos gracia, misericordia y valentía,
y defiéndenos de todo mal.
Amén.
El Santo Rosario es arma poderosa. Empléala con confianza y te maravillarás del resultado. (Camino, 558)
En nuestras relaciones con Nuestra Madre del Cielo hay también esas normas de piedad filial, que son el cauce de nuestro comportamiento habitual con Ella. Muchos cristianos hacen propia la costumbre antigua del escapulario; o han adquirido el hábito de saludar ‑no hace falta la palabra, el pensamiento basta‑ las imágenes de María que hay en todo hogar cristiano o que adornan las calles de tantas ciudades; o viven esa oración maravillosa que es el santo rosario, en el que el alma no se cansa de decir siempre las mismas cosas, como no se cansan los enamorados cuando se quieren, y en el que se aprende a revivir los momentos centrales de la vida del Señor; o acostumbran dedicar a la Señora un día de la semana –precisamente este mismo en que estamos ahora reunidos: el sábado–, ofreciéndole alguna pequeña delicadeza y meditando más especialmente en su maternidad.
Hay muchas otras devociones marianas que no es necesario recordar aquí ahora. No tienen por qué estar incorporadas todas a la vida de cada cristiano ‑crecer en vida sobrenatural es algo muy distinto del mero ir amontonando devociones‑, pero debo afirmar al mismo tiempo que no posee la plenitud de la fe quien no vive alguna de ellas, quien no manifiesta de algún modo su amor a María. (Es Cristo que pasa, 142)
Fuente:Opusdei