Hoy celebramos a Santa Mónica, modelo de fe auténtica y de oración perseverante.
Su vida nos enseña que la santidad no consiste en aparentar, sino en dejar obrar a Dios en lo más hondo del corazón.
1 San Pablo recordaba: «Recibisteis la palabra de Dios no como palabra humana, sino como lo que es en verdad: Palabra de Dios que actúa en vosotros» (1 Tes 2,13).
Eso fue la vida de Mónica: acoger la Palabra y dejarla actuar.
2 El Evangelio de hoy denuncia a los “sepulcros blanqueados” (Mt 23,27): apariencia de piedad por fuera, pero vacío por dentro.
Mónica vivió lo contrario: una fe sencilla y sincera, sin disfraces, sin buscar la apariencia.
3 La santidad de Mónica no estuvo en grandes gestas, sino en la fidelidad diaria: oración, lágrimas, paciencia, confianza.
Una fe encarnada en lo pequeño, pero real y operante.
4 Fue esposa de Patricio, hombre de carácter difícil. Lo ganó con su paciencia y ejemplo, no con discursos.
La fe verdadera transforma desde dentro, no desde las apariencias.
5 Fue madre de Agustín, que se perdió en caminos lejanos de Dios.
Ella no lo juzgó desde la fachada. Lo sostuvo con oración perseverante y confianza total en el Señor.
6 San Agustín confiesa en sus Confesiones: «Con sus lágrimas regaba la tierra bajo mis pies donde me veía caído» (Conf. III, 11).
Esa oración escondida fue el terreno fértil donde germinó su conversión.
7 Su fe fue paciente. San Ambrosio llegó a decirle: «No puede perderse el hijo de tantas lágrimas».
Y así fue. Dios escuchó.
8 En Mónica vemos una maternidad espiritual fecunda. No solo dio vida a Agustín según la carne, sino que con su fe y su oración lo engendró a la vida de la gracia.
9 Ella es ejemplo para todas las madres y padres que sufren por sus hijos:
La oración perseverante nunca es inútil.
Dios escucha. Aunque tarde, responde.
10 Pero Mónica no solo es ejemplo para los padres.
Nos recuerda a todos que la fe auténtica no vive de apariencias, sino de confianza humilde en Dios, incluso en medio del dolor.
11 Frente a la hipocresía denunciada por Jesús, Santa Mónica nos enseña la transparencia de la fe: dejarse ver por Dios tal como uno es, y esperar en Él.
12 Su vida une dos dimensiones inseparables:
-Fe auténtica, sin fachadas.
-Oración perseverante, que no se rinde hasta alcanzar el cielo.
13 Por eso hoy podemos decir: la santidad no consiste en aparentar perfección, sino en dejarse transformar por la gracia.
Santa Mónica es testimonio de que la fe vivida en lo oculto da frutos eternos.
Fuente:Sacerdos in æternum
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