(Lc 12,49)
Nuestro Señor Jesucristo vive sobre la tierra en las almas y crece en ellas, según las operaciones de su gracia. Así lo hizo anteriormente en su infancia, conversando con su Madre, y continúa en nosotros su vida interior cuando somos únicamente suyos. Lo que ha comenzado en él mismo, lo continúa en su Iglesia, de forma que la vida divina que comunica y es gloria para Dios su Padre, no tendrá fin en la eternidad. Desea que toda la tierra esté ardiente con ese fuego que el envió a la tierra para que devore lo mundano (cf. Lc 12,49). (…)
Nada más suave, que otorgue mayor reposo y consuelo al alma, que el experimentar el arrobamiento por Jesucristo y su Espíritu divino. Para ello no tiene necesidad del carro ardiente de Elías (cf. 2 Re 2,11), sino que con su solo poder nos eleva de la tierra hacia el cielo y del fondo de nosotros mismos nos transporta al seno de Dios. Yo sería infiel a Jesús si no lo urgiera a usted, a su alma, para que ella no repose sólo sobre sí misma, ni un momento.
Jean-Jacques Olier (1608-1657)
fundador de los Sulpicianos
Lectures spirituelles, 44 (in Lectures chrétiennes pour notre temps, fiche W58; trad. Orval; © 1973 Abbaye d'Orval), trad. sc©evangelizo.org
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