Jesús, no quiero abandonarte, antes bien, deseo dar testimonio de ti a los hombres. Quiero darte a conocer a quienes no han oído hablar de ti. Sé que no será fácil, porque el mundo odia los que te pertenecemos, pero “Tú has vencido al mundo”, y con esa confianza, quiero aventurarme en el anuncio de tu Persona. Catholic.net
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martes, 8 de abril de 2025

Rezar no es fácil.



Nadie nos enseña cómo hablar con Dios.
Pero hay un libro que ha guiado a reyes, mártires y monjes.
Uno que Jesús mismo rezó… el Libro de los Salmos.
Ahí está el alma humana, tal como es.


El Libro de los Salmos es el corazón de la Biblia.
Jesús los rezó.
La Iglesia los canta desde hace siglos.
Y aún hoy… siguen tocando el alma.

Porque son más que himnos.
Son plegarias donde el hombre y Dios se encuentran.


No hay emoción humana que no esté en los Salmos.

• Angustia
• Alegría
• Traición
• Esperanza
• Arrepentimiento
• Alabanza

Por eso nunca envejecen.
Porque hablan con verdad, no con fórmulas.


“Dios mío, ¿por qué me has abandonado?” (Salmo 22)

No fue solo un grito en la cruz.
Era una profecía mil años antes de la Pasión:

• “Me taladraron las manos”
• “Reparten mis vestiduras”

Cristo no solo rezó los Salmos.
Los cumplió.


“El Señor dijo a mi Señor…” (Salmo 110)

Este verso fue clave en el Nuevo Testamento.
Jesús lo usó para mostrar que el Mesías no sería solo hijo de David… sino su Señor.
Los Salmos son teología pura.
Poesía con espada.


Los monjes medievales los memorizaban.

San Benito organizó su regla entera alrededor de ellos.
Hoy, los sacerdotes aún los rezan cada día.
Porque no son “textos antiguos”.
Son el alma rezando con el Espíritu Santo.


“Aunque camine por valle de sombra…” (Salmo 23)

¿Cuántos lo han rezado al borde de la muerte?

El salmista no niega el mal.
Lo enfrenta con fe:

“No temeré, porque tú vas conmigo.”
Una oración que es también escudo.


Los Salmos enseñan a orar con verdad.

No a fingir.
No a decir lo correcto.
Si no a hablarle a Dios con el alma rota o agradecida.

Gritar si hace falta.
Llorar si es necesario.
Alabar con todo el corazón.

Eso es rezar.


Abres tu mano y sacias…” (Salmo 145)

Los Salmos revelan a un Dios que cuida, escucha, guía, perdona.
Pero también a un Dios que prueba, que deja en silencio.
Por eso son reales… porque la vida también lo es.
 
 

Cada Salmo es un espejo.

Y también una espada.
Una lámpara.
Un escudo.

La tradición dice que David los compuso con arpa…
pero su eco suena aún en el alma moderna.


¿No sabes qué decirle a Dios?
¿No sabes orar?

Abre los Salmos y lee uno en voz alta.
Ahí está tu alma ya escrita.
Ahí está tu dolor… y tu esperanza.

 

Fuente: Enrique Valtierra

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