Jesús, no quiero abandonarte, antes bien, deseo dar testimonio de ti a los hombres. Quiero darte a conocer a quienes no han oído hablar de ti. Sé que no será fácil, porque el mundo odia los que te pertenecemos, pero “Tú has vencido al mundo”, y con esa confianza, quiero aventurarme en el anuncio de tu Persona. Catholic.net
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lunes, 12 de agosto de 2024

El Hijo de Dios libera a todos

Cuando Cristo reconcilió al mundo con Dios, por cierto que no tenía necesidad de reconciliación para sí mismo. ¿Por qué pecado habría debido apaciguar a Dios, ya que nunca había cometido pecado? Por eso, al reclamar los Judíos la dracma exigida por la Ley, Jesús dice a Pedro “¿Qué te parece, Simón? ¿De quiénes perciben los impuestos y las tasas los reyes de la tierra, de sus hijos o de los extraños?”.Y como Pedro respondió: “De los extraños”, Jesús le dijo: “Eso quiere decir que los hijos están exentos. Sin embargo, para no escandalizar a esta gente, ve al lago, echa el anzuelo, toma el primer pez que salga y ábrele la boca. Encontrarás en ella una moneda de plata: tómala, y paga por mí y por ti” (Mt 25-27).

Cristo nos muestra que no debía expiar nada por pecados personales, ya que no es esclavo del pecado y, como Hijo de Dios, está libre de toda falta. El Hijo libre de pecado, el esclavo en estado de pecado. Como está libre de toda falta, Jesús no paga nada por el rescate de su alma, pero su sangre pagó ampliamente la redención del mundo entero. No tiene ninguna deuda consigo mismo, sino que libera a los otros.

Voy más lejos aún. Cristo no es el único a no tener nada que pagar para la redención o la expiación de pecados personales. Si consideras a los hombres creyentes, puedes decir que ninguno debe pagar por su propia expiación, porque Cristo ha expiado para la redención de todos. ¿Cuál es el hombre que encontraría su propia sangre capaz de rescatarlo? Mientras que Cristo ha derramado su sangre para el rescate de todos.

  San Ambrosio (c. 340-397)
obispo de Milán y doctor de la Iglesia
Comentario del Salmo 48, 14-15 (CSEL 64, in Lectures chrétiennes pour notre temps, Abbaye d'Orval, 1972)



 

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