Hoy, sábado, miramos a Santa María, la mujer llena del Espíritu, aquella en quien floreció el fruto que Dios esperaba de Israel: su propio Hijo. Ella es la tierra buena donde el Espíritu hizo germinar la vida. En ella se cumple lo que san Pablo dice hoy: “El Espíritu del que resucitó a Cristo de entre los muertos habita en vosotros”.
1 San Pablo nos recuerda que “no hay condena para los que están en Cristo Jesús”. El Espíritu Santo habita en el corazón del creyente, y donde habita el Espíritu, hay libertad, vida y paz. Quien vive en gracia no está bajo el peso de la culpa, sino bajo el impulso del amor. El Espíritu transforma incluso nuestras debilidades en ocasión de encuentro con Dios.
2 Pero vivir “según la carne” —como dice san Pablo— no es simplemente caer en tentaciones sensibles, sino vivir sin Dios, sin horizonte eterno. Es dejar que el egoísmo, el orgullo o la indiferencia gobiernen el alma. En cambio, vivir según el Espíritu es abrir el corazón a lo alto, permitir que Cristo respire en nosotros y nos haga hombres nuevos.
3 En el Evangelio, Jesús nos despierta con palabras fuertes: “Si no os convertís, todos pereceréis lo mismo”. No lo dice para asustarnos, sino para sacudirnos del letargo espiritual. La conversión no es un castigo, sino una oportunidad. Es volver al Padre, reconciliarnos con la vida, permitir que el Espíritu limpie lo que está muerto en nosotros.
4 La parábola de la higuera estéril es un espejo de nuestra propia vida. Dios viene una y otra vez a buscar fruto: fe viva, esperanza firme, caridad concreta. Y tantas veces no encuentra nada. Pero el Señor no se cansa. Nos da tiempo, nos rodea de su gracia, cava la tierra del corazón, abona con su Palabra, riega con los sacramentos. La paciencia divina es un signo de su ternura.
5 Y ahí está María, la mujer que no fue una higuera estéril, sino fecunda en fe y obediencia. Ella nos enseña a no desesperar. Incluso cuando sentimos que nuestra vida espiritual está seca, ella intercede y confía en que el Espíritu volverá a hacer florecer la tierra. En María, todo se hace fecundo porque todo lo entregó al Espíritu.
6 Hoy podríamos hacer un examen sencillo: ¿qué fruto estoy dando? ¿Qué parte de mi corazón necesita ser cavada, limpiada, abonada? No basta con no hacer el mal; el Señor espera de nosotros el bien que aún no hemos hecho. “Déjala todavía este año”, dice el viñador: esa frase es puro Evangelio. Dios sigue dándonos tiempo, pero también nos pide decisión.
7 Sábado, día mariano, día de esperanza. Miremos a María y digámosle: “Madre, enséñanos a vivir en el Espíritu, a dar fruto cuando el Señor venga a buscarnos, a no endurecer el corazón, a no retrasar la conversión”. Que cada sábado sea un recordatorio de que todavía hay tiempo, y de que Dios sigue creyendo en nosotros más que nosotros mismos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Gracias por dejar tu comentario, me alegra el alma