a Ti elevo mi alma con gratitud y alabanza.
Eres mi roca firme, mi refugio en la tormenta,
mi luz cuando todo parece oscuro.
Bendito seas, Cristo amado,
porque aun en mi debilidad, Tú no me abandonas.
Dirígeme, Señor
cuando las dudas me confunden y el miedo me paraliza.
Cuando no entiendo el camino ni sé qué paso dar,
tómame de la mano y enséñame a confiar.
Sin Ti, nada puedo,
porque todo cuanto soy y tengo procede de Tu amor.
Perdóname, Señor,
porque tantas veces olvido darte gracias,
porque me quejo más de lo que bendigo,
porque dudo aun viendo tus maravillas.
Enséñame a reconocer Tu presencia
en cada día sencillo, en cada prueba y en cada hermano.
Espíritu Santo,
fuego que purifica y sabiduría que guía,
ven a mi corazón y ordénalo todo.
Ilumina mis pensamientos,
da fuerza a mi fe y paz a mi alma inquieta.
Y Tú, María Santísima,
Madre que conoce el silencio y la entrega,
cúbreme con tu manto,
llévame de la mano hasta Jesús
y enséñame a decir siempre: “Hágase Tu voluntad.”
Dirígeme, Señor,
a la verdad que salva, al amor que no pasa,
a la esperanza que nunca defrauda.
Que mi vida sea testimonio de Tu bondad,
y que mi corazón permanezca firme en la fe.
A Ti, Cristo Jesús,
mi Señor y mi Redentor,
la gloria, el honor y la alabanza por los siglos de los siglos.
Amén.
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