Mis hermanos, ¿de dónde puede venir nuestra desconfianza? ¿Será de nuestra indignidad? El buen Dios sabe que somos pecadores y culpables y que contamos en todo con su bondad, que es infinita. Es en su Nombre que rezamos. Nuestra indignidad está cubierta y como escondida por sus méritos. Aunque nuestros pecados sean horribles y numerosos. ¿No le es igualmente fácil perdonar mil pecados que uno solo? ¿No es especialmente por los pecadores que dio su vida? Escuchen lo que dice el santo Rey-Profeta: “¿Quién invocó al Señor y no fue tenido en cuenta? Porque el Señor es misericordioso y compasivo” (Ecli 2,10-11). (…)
Vean al publicano que, reconociéndose culpable, va al templo a rezar al Señor, para qué lo perdone. Jesucristo dice que sus pecados le son perdonados. Vean la pecadora que, prosternada a los pies de Jesucristo, le ruega con lágrimas. Jesucristo le dice: “Tus pecados te son perdonados” (Lc 7,48). El buen ladrón reza en la cruz, está cubierto de enormes crímenes. Jesucristo no sólo lo perdona, sino que le promete que ese mismo día estará con él en el cielo. Si, mis hermanos, si fuera necesario citar todos los que con su oración han obtenido perdón, sería necesario citar a todos los santos que fueron pecadores. Es con la oración que han tenido la felicidad de reconciliarse con el buen Dios, que se dejó tocar por sus oraciones.
San Juan María Vianney (1786-1859)
presbítero, párroco de Ars
Sermón para el 5º Domingo después de Pascua (Sermons de Saint Jean Baptiste Marie Vianney, Curé d'Ars, II, Ste Jeanne d'Arc, 1982), trad. sc©evangelizo.org
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