Jesús, no quiero abandonarte, antes bien, deseo dar testimonio de ti a los hombres. Quiero darte a conocer a quienes no han oído hablar de ti. Sé que no será fácil, porque el mundo odia los que te pertenecemos, pero “Tú has vencido al mundo”, y con esa confianza, quiero aventurarme en el anuncio de tu Persona. Catholic.net
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lunes, 30 de diciembre de 2019

EL PURGATORIO



La Eucaristía y la pena de la privación de Dios

La pena de la privación de Dios, para todas las almas, en especial para las más cercanas a la gloria, está inmensamente disminuida por la Eucaristía, que es la presencia velada de Jesús.
Sabemos por tantas revelaciones que cuando se celebra Misa por un alma, ésta no sufre o por lo menos es más aliviada, justamente por la presencia de Jesús en el altar. Celebrándose Misa por ella y aplicándola al alma purgante, cuando no hay obstáculo de justicia que lo impida, el alma se vuelve casi como peregrina de amor sobre la tierra uniéndose a la Iglesia militante, participa en su inefable tesoro Eucarístico y se encuentra con inmenso amor cercana a Jesús, adoradora amorosísima a través del velo de la hostia santa de Jesús. Ninguna criatura de la tierra es adoradora de la Eucaristía como lo es el alma purgante que participa en una misa celebrada para ella y que se une a la adoración de la iglesia por Jesús Sacramentado.
He aquí un ejemplo que demuestra cómo la Divina Eucaristía atenúa en las almas purgantes la pena de la privación de Dios.
El día de todos los Santos una joven de excepcional virtud y modestia, ve aparecer al alma de una joven que conocía, y que había muerto hacía poco, la cual le da a conocer como sufría por la sola privación de Dios, pero esta privación era para ella intensa, que le proporcionaba un tormento indecible. La vio todavía varias veces y casi siempre en la Iglesia, porque esta alma no pudiendo todavía contemplar cara a cara a Dios en el cielo, buscaba encontrar alivio a su pena, contemplándolo al menos bajo las Especies Eucarísticas.
Sería imposible referir en palabras con qué adoración, con qué humildad y respeto, permanecía aquella alma frente a la Sagrada Hostia. Cuando asistía al Divino Sacrificio en el momento de la elevación su rostro se iluminaba de tal manera que parecía un serafín. La jovencita declaraba no haber visto nunca un espectáculo más bello.


del libro: EL PURGATORIO La última de las misericordias de Dios DEL PADRE DOLINDO RUOTOLO

Voz Católica

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