Como si fuera el primero y, a la vez,
el último de mi existencia.
Dándote gracias por lo mucho que me das,
y soportando las pequeñas cruces
que –grandes o diminutas- caen sobre mi hombro.
Sentiré cada día, Señor,
Tu fuerza, que me empuja y me levanta,
Tu poder, que es más grande que toda mi debilidad,
Tu presencia, que me garantiza un futuro,
Tus promesas, que me animan en mis ideales.
Daré gracias a Tu nombre, Señor,
porque, Tu Palabra, me habla de un final feliz,
de cosecha abundante y rica,
de premio merecido a quien hizo un buen combate,
de una primavera eterna, después de este invierno.
Como el vigilante que guarda un gran tesoro.
Como el vigilante que, ante el horizonte,
grita una y otra vez: ¡Tierra a la vista!
L a tierra de la Ciudad Eterna.
La tierra donde todo es eterno.
La tierra donde brilla Dios en su plenitud.
La tierra de la paz que no conoce la guerra.
La tierra donde habita Aquél que se encarnó.
La tierra donde todo es familia y felicidad.
Sabiendo que, un día más, es un día menos
Un día más en el mundo,
pero un día menos para estar cerca de Vos.
Un día más para hacer el bien
y un día menos en el intento de haber cambiado.
Un día más para emplearme a fondo
o un día menos para buscar lo eterno
Un día a la vez...
Sabiendo que, al final, y como buen final,
me aguardás y me esperás Vos.
Amén!
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