Jesús, no quiero abandonarte, antes bien, deseo dar testimonio de ti a los hombres. Quiero darte a conocer a quienes no han oído hablar de ti. Sé que no será fácil, porque el mundo odia los que te pertenecemos, pero “Tú has vencido al mundo”, y con esa confianza, quiero aventurarme en el anuncio de tu Persona. Catholic.net
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domingo, 16 de abril de 2023

DOMINGO DE LA DIVINA MISERICORDIA

Cuando los primeros mortales mancillaron la divina imagen con que fueron creados el corazón del Creador se conmovió al ver el llanto arrepentido de sus hijos.

Dios, invadido por una pena tan honda, se arrancó de su Alma las esencias del Amor y las vistió de consuelo.
Abandonaron el Paraíso dejando, tras de sí, la negra estela del pecado, pero el divino corazón, herido por la pena ajena, fijó su mirada sobre ellos e infundió en el ser humano ese mismo sentimiento que a Él le invadía: nació la Misericordia.
Y tan alto amor tiene Dios por el hombre, tan alta cima como es el Cielo le tiene reservada, que Él mismo se hizo la promesa de secar esas lágrimas ofreciendo las suyas, de saciar de esperanza al corazón que la perdiera, de mitigar el dolor de ese hombre inoculado por el pecado ofreciendo su propia vida, de llenar de oraciones esos vacíos del alma.
Y más allá de que sea el alma la que gima o el cuerpo el que sienta las heridas, Dios siempre tendrá dispuestas las manos para el rescate, abiertas las puertas para que, al cruzarlas, encontremos el bálsamo que las alivie: la Cruz en la que Él se inmoló.
Pero si ello no bastara, si el pensar en su sufrimiento no mitigara nuestro egoísta dolor, entonces, bastaría dejar la mirada en el Cielo, guardar silencio y escuchar esas silentes voces con las que Dios nos habla; bastaría eso para comprender que Dios también siente pena y que está dispuesto a ofrecernos su Alma, las esencias del Amor, vestirlas de consuelo y resarcir la ofensa que hicimos.
Y mientras, nos seguirá acompañando esa larga mirada que Dios dejó sobre los primeros mortales, nos invadirá el espíritu de ese Corazón que sintió pena y nunca nos abandonará esa promesa que hizo cuando vio, por primera vez, al hombre llorar.
La Misericordia de Dios, como su propia Naturaleza, es eterna; por lo tanto, siempre encontraremos en Él quién seque nuestras lágrimas.
 

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