Jesús, no quiero abandonarte, antes bien, deseo dar testimonio de ti a los hombres. Quiero darte a conocer a quienes no han oído hablar de ti. Sé que no será fácil, porque el mundo odia los que te pertenecemos, pero “Tú has vencido al mundo”, y con esa confianza, quiero aventurarme en el anuncio de tu Persona. Catholic.net
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martes, 20 de agosto de 2019

Desconfianza y confianza


SOBRE LA SANTIDAD:  Beato José Allamano


Lo importante en el camino de la santificación es no desanimarnos por nuestras miserias o por encontrarnos siempre muy alejados de la perfección a la que aspiramos sinceramente y con todas las fuerzas. Mirad, la desconfianza es un obstáculo tal que él solo puede detener al alma mejor encaminada, impedirla seguir adelante y hasta hacerle retroceder en su buen camino. El alma desconfiada es como un pájaro al que se le cortan las alas, sin posibilidad de vuelo. ¿Sabéis de dónde proviene la desconfianza y el desanimo? De confiar demasiado en nosotros mismos, en nuestras fuerzas. Scupoli, en el áureo librito Combattimento spirituale, dice a este respecto: «Esto debe grabarse en tu mente: aunque somos demasiado fáciles y la naturaleza corrompida nos inclina a una estima falsa de nosotros mismos, de suerte que siendo una verdadera nada, nos creemos algo y presumimos de nuestras propias fuerza sin fundamento alguno. Se trata de un defecto difícil de conocerse y desagrada mucho a Dios, a quien le agrada y quiere en nosotros un conocimiento cierto de esta verdad: que toda gracia y virtud se derivan de él únicamente, fuente de todo bien, y que de nosotros nada, ni siquiera un buen pensamiento puede venir que le complazca» .

Lo primero, pues, pedir al Señor que nos conceda el conocimiento perfecto de nuestra nada. No se trata de hacernos peores de lo que somos, que ya hay razón ahí para ser humildes; si nos ensoberbecemos es precisamente porque no nos conocemos. Los grandes genios y los grandes santos, como santo Tomás , puede decirse que no sintieron siquiera la tentación de envanecerse, precisamente porque, conociéndose profundamente a sí mismos, su nada, sabían referir todo el bien a Dios únicamente. Sólo los mediocres y los imperfectos creen ser algo; por eso el Señor, con caídas humillantes, los llama a la verdad, es decir, al conocimiento de sí mismos. Pero no hemos de pararnos aquí. El conocimiento de nuestra nada y la desconfianza que, por eso mismo, hemos de tener, no ha de ser sino el punto de apoyo para subir a la desconfianza en Dios. Escribe el autor citado antes: « Si sólo desconfiamos, huiremos o nos daremos por vencidos, superados por el enemigo. Sin embargo, además de eso es precisa una total confianza en Dios, esperando únicamente en El y que de El nos vendrá cualquier bien, ayuda y victoria» . Así se comportaba san Felipe Neri, quien gritaba por las calles de Roma: «¡Estoy desesperado, estoy desesperado! » Y respondía a quien le manifestaba su extrañeza: «¡Estoy desesperado de mí para confiar enteramente en Dios!» El secreto de todos los santos, de su santidad y de sus obras, fue siempre éste: desconfiar de sí mismo y confiar en Dios. Pero confiar siempre, en toda circunstancia; confiar especialmente después de las faltas, con tal de que haya en nosotros buena voluntad de amarlo y de servirlo con perfección. Por eso, no nos desanimemos nunca a causa de nuestras miserias, que no queremos, sino agarrémonos a El, abandonémonos en El, que no sólo puede y quiere hacernos santos sino que, siendo omnipotente, puede construir nuestra santificación sobre nuestras miserias; repito que con tal de que haya en nosotros un deseo sincero, una decidida voluntad de corresponder a sus gracias.



Ejercicios espirituales San Ignacio de Loyola

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