Hoy, 25 de marzo, la Iglesia Católica celebra la Anunciación: cuando el Arcángel Gabriel le dijo a María que sería la Madre de Dios. Un momento que cambió la historia para siempre.
¿Qué significa esto para nosotros?
Todo empieza en la Biblia, en Lucas 1, 26-38. El Ángel llega con una joven sencilla de Nazareth y le anuncia: “¡Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo!”. María, sorprendida, escucha que dará a luz al Salvador.
Su “SÍ” como respuesta es ejemplo de nuestra fe ha de ser.
Teológicamente, la Anunciación es inicio de la Encarnación: Dios se hace hombre en el vientre de María. No es solo un milagro, es el amor de Dios bajando a nuestra pequeñez.
Como dice san Juan: “El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros” (Jn 1, 14).
¿Por qué el 25 de marzo? No es casualidad.
La Tradición lo pone nueve meses antes de Navidad (25 de diciembre), el tiempo de un embarazo. Es una fecha que grita esperanza: desde ese día, la salvación empieza a tomar forma humana.
Históricamente, esta fiesta tiene raíces profundas. Ya en el siglo IV, los cristianos la celebraban en Oriente. En Roma se afianza hacia el siglo VII. No es un invento moderno: es una joya que la Iglesia ha pulido con los años.
En la Tradición, María es la “nueva Eva”. Mientras Eva desobedece a Dios, María dice “hágase en mí según tu palabra”. Los Padres de la Iglesia, como san Ireneo, vieron en ella el inicio de la redención. Su obediencia deshace el nudo del pecado.
El Magisterio no se queda atrás. El Concilio de Éfeso (431) proclama a María como “Theotokos”, Madre de Dios. La Anunciación es la base de ese título: si Jesús es Dios y hombre, María es la puerta por donde entró al mundo.
La fiesta no siempre fue igual. En la Edad Media se le llamó “Anunciación de Nuestra Señora” y era un día grande, con procesiones y cantos. La gente vivía este misterio con el corazón en la mano, celebrando que Dios eligió lo humilde para lo más grande.
Y ojo, que no es solo cosa del pasado. El Papa Pablo VI, en su encíclica Marialis Cultus (1974), dice que la Anunciación nos invita a imitar a María: escuchar a Dios y decir “SÍ” a lo que nos pide, AUNQUE NO LO ENTENDAMOS DEL TODO.
Hoy, la Anunciación sigue siendo un grito de vida. En un mundo que a veces la desprecia y desprecia lo pequeño, María nos recuerda que lo humilde puede cambiarlo todo. Es una fiesta que nos pone frente a un Dios que no impone, sino que propone y hace nuevo todo.
En el arte, la Anunciación está en miles de pinturas, desde Fra Angelico hasta los iconos rusos y representaciones contemporáneas. Siempre María con cara de asombro, cada pincelada quisiera decirnos: ¡Esto pasó de verdad y pasa cuando tú, como María quieres recibir a Cristo!
Litúrgicamente, es una solemnidad, el rango más alto de las fiestas católicas. Si cae en Semana Santa (como a veces pasa), se traslada, pero nunca se olvida. La Iglesia dice: “Esto es demasiado grande para pasarlo por alto”.
¿Qué nos deja la Anunciación hoy? Una certeza: Dios no está lejos. Se acercó tanto que se hizo uno de nosotros. Y María, nos enseña que nuestra respuesta importa. No somos espectadores, somos parte del plan.
Así que hoy, detente un segundo. Piensa en esa jovencita de Nazaret que no tenía idea de lo que vendría, pero confió. La Anunciación es su día, pero también el nuestro: el día en que comenzó a abrirse el cielo de modo más directo para nosotros.
Termino con una oración tradicional del Ángelus:
“El Ángel del Señor anunció a María, y ella concibió por obra del Espíritu Santo”.
Que ese misterio nos llene de alegría y nos empuje a decir nuestro propio “sí” a Dios. ¡Feliz solemnidad de la Anunciación!
¿Qué significa esto para nosotros?
Todo empieza en la Biblia, en Lucas 1, 26-38. El Ángel llega con una joven sencilla de Nazareth y le anuncia: “¡Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo!”. María, sorprendida, escucha que dará a luz al Salvador.
Su “SÍ” como respuesta es ejemplo de nuestra fe ha de ser.
Teológicamente, la Anunciación es inicio de la Encarnación: Dios se hace hombre en el vientre de María. No es solo un milagro, es el amor de Dios bajando a nuestra pequeñez.
Como dice san Juan: “El Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros” (Jn 1, 14).
¿Por qué el 25 de marzo? No es casualidad.
La Tradición lo pone nueve meses antes de Navidad (25 de diciembre), el tiempo de un embarazo. Es una fecha que grita esperanza: desde ese día, la salvación empieza a tomar forma humana.
Históricamente, esta fiesta tiene raíces profundas. Ya en el siglo IV, los cristianos la celebraban en Oriente. En Roma se afianza hacia el siglo VII. No es un invento moderno: es una joya que la Iglesia ha pulido con los años.
En la Tradición, María es la “nueva Eva”. Mientras Eva desobedece a Dios, María dice “hágase en mí según tu palabra”. Los Padres de la Iglesia, como san Ireneo, vieron en ella el inicio de la redención. Su obediencia deshace el nudo del pecado.
El Magisterio no se queda atrás. El Concilio de Éfeso (431) proclama a María como “Theotokos”, Madre de Dios. La Anunciación es la base de ese título: si Jesús es Dios y hombre, María es la puerta por donde entró al mundo.
La fiesta no siempre fue igual. En la Edad Media se le llamó “Anunciación de Nuestra Señora” y era un día grande, con procesiones y cantos. La gente vivía este misterio con el corazón en la mano, celebrando que Dios eligió lo humilde para lo más grande.
Y ojo, que no es solo cosa del pasado. El Papa Pablo VI, en su encíclica Marialis Cultus (1974), dice que la Anunciación nos invita a imitar a María: escuchar a Dios y decir “SÍ” a lo que nos pide, AUNQUE NO LO ENTENDAMOS DEL TODO.
Hoy, la Anunciación sigue siendo un grito de vida. En un mundo que a veces la desprecia y desprecia lo pequeño, María nos recuerda que lo humilde puede cambiarlo todo. Es una fiesta que nos pone frente a un Dios que no impone, sino que propone y hace nuevo todo.
En el arte, la Anunciación está en miles de pinturas, desde Fra Angelico hasta los iconos rusos y representaciones contemporáneas. Siempre María con cara de asombro, cada pincelada quisiera decirnos: ¡Esto pasó de verdad y pasa cuando tú, como María quieres recibir a Cristo!
Litúrgicamente, es una solemnidad, el rango más alto de las fiestas católicas. Si cae en Semana Santa (como a veces pasa), se traslada, pero nunca se olvida. La Iglesia dice: “Esto es demasiado grande para pasarlo por alto”.
¿Qué nos deja la Anunciación hoy? Una certeza: Dios no está lejos. Se acercó tanto que se hizo uno de nosotros. Y María, nos enseña que nuestra respuesta importa. No somos espectadores, somos parte del plan.
Así que hoy, detente un segundo. Piensa en esa jovencita de Nazaret que no tenía idea de lo que vendría, pero confió. La Anunciación es su día, pero también el nuestro: el día en que comenzó a abrirse el cielo de modo más directo para nosotros.
Termino con una oración tradicional del Ángelus:
“El Ángel del Señor anunció a María, y ella concibió por obra del Espíritu Santo”.
Que ese misterio nos llene de alegría y nos empuje a decir nuestro propio “sí” a Dios. ¡Feliz solemnidad de la Anunciación!
Fuente:Andrés Piña
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